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domingo, 9 de febrero de 2014

Danger may be our second name, honey.

24/Noviembre

Samantha Petes (Nox


Me miré al espejo antes de salir de casa. Era sorprendente cómo, a pesar de lo mucho que pueden cambiar las cosas en un momento, seguimos teniendo el mismo aspecto. El mismo cabello rojo, los mismos ojos verdes, el mismo maldito rostro atractivo de siempre.
Por fuera, todo mantenía su orden. Peinada, maquillada, bien vestida. Pero por dentro… ya no sabía qué tenía por dentro. La ataraxia no había desaparecido por completo, sino que congelaba mi corazón de vez en cuando y otras veces lo dejaba que vagara por su cuenta, mezclando situaciones en las que me embargaban tantos sentimientos a la vez que era incapaz de reconocerlos todos y otros momentos en los que volvía a ser la de antes, indiferente al mundo externo que me rodeaba. Y sabía qué era lo que provocaba el cambio.
Pensar en él me produjo un escalofrío y me mordí el labio. Kai era el único que había logrado devolver a la vida la parte más humana de ti, la que lo sentía todo a doscientos por hora, con el ritmo de la sangre atronándome en los oídos y la adrenalina corriendo por mis venas. Pero solo él. Con Myst había llegado a desarrollar algunos sentimientos de manera más aguda, como el afecto, la diversión, la nostalgia. Pero no me llenaba por completo, no me hacía sentir del mismo modo que cuando estaba con Kai y eso me aterraba, porque no sabía manejar lo que él despertaba en mí. Era una persona distinta y nueva, aunque seguía siendo Sam. Quizá una versión 2.0 de mí misma. O quizá una versión peor. Eso era lo que me faltaba por descubrir, lo que me daba miedo saber.
Ahí estaba mi encrucijada personal. ¿Qué debía hacer? ¿Debía separarme del licántropo y evitar todo lo que él me estaba provocando, cortar aquel cambio de forma radical? Así volvería a estar tan inmune al mundo como siempre. Tan vacía, me recordé a mí misma. Observando lo que sucedía a mi alrededor sin preocuparme por nada ni por nadie, casi como un muerto con un cuerpo aún vivo. Pero, ¿quería eso?
¿Estaba preparada, en caso contrario, para esa nueva forma de vida? ¿Y si me acababa matando? Los sentimientos eran un arma demasiado peligrosa y yo no era capaz de controlarlos, no sin la experiencia de una vida cargando con ellos. ¿Era demasiado tarde para empezar ahora? Quizá sí lo era. Quizá ya estaba condenada a sentir el vacío en el pecho y a ser consciente del abismo que me separaba del mundo, de sus pasiones, de sus temores, de su felicidad.
Y aun así, mientras todo eso cruzaba por mi mente, mi reflejo seguía siendo el mismo. ¿Cómo puede cambiar tanto algo en un segundo y que al mismo tiempo permanezca igual? Había perfeccionado tan bien la fría máscara que era imposible descubrir alguno de los nuevos secretos, junto a los antiguos, que ahora se ocultaban tras ella. Inescrutable, impasible. Eso nos habían enseñado nada más llegar a la organización. Nunca muestres tu debilidad. Así es como consigues que te maten. Pero yo no me estaba volviendo débil… ¿verdad?

***
-          ¡Saaaam! -  gritó de nuevo Myst desde el salón. – Maldita sea, me hago vieja esperándote.
-          Si cada vez que dijeras eso fuera verdad, ya tendrías un pie en la tumba – repliqué, terminándome de abrochar los cordones de las botas altas de tacón. Volví a mirarme en el espejo y observé mi naturaleza. El súcubo se percibía claramente si mirabas con atención, la atracción sexual que actuaba como imán fatal para los hombres. Me maldije en mi fuera interno.
Probablemente, cualquier mujer en el mundo hubiera dado lo que fuera por ser como yo. Pero yo estaba harta de tanta perfección y, sobre todo, de tanta atención. Podría haber salido a la calle en pijama, sin peinar ni maquillar y, aun así, todos los hombres me hubieran devorado con los ojos. Y lo odiaba.
Me sorprendí ante la intensidad de ese nuevo sentimiento. El odio y yo no nos habíamos llevado mucho durante los últimos años, porque él era demasiado intenso para un corazón hipotérmico como el mío, incapaz de sentir nada demasiado apasionado. Y el odio era apasionado, vaya que sí. Lo devastaba todo con la llama de la rabia, con repugnancia, con furia casi ciega. Era tan ilógico… pero tan normal al mismo tiempo. Había descubierto que, hasta ese momento, solo había odiado algo en toda mi vida: a mi madre. Ahora acaba de descubrir que también odiaba su legado, mi  condición de súcubo, porque, a pesar de las múltiples ventajas que venían con el pack, ya estaba más que harta de los pesados inconvenientes.
-          ¡Sam, venga! – se quejó de nuevo.
-          Ya voy – murmuré en respuesta. Me dediqué una breve sonrisa de ánimo en el espejo y salí de la habitación.
-          Uf, menos mal – Myst se levantó de un salto del sofá. Llevaba una sudadera enorme de color celeste con el símbolo de un dragón rojo en el medio y unos sencillos vaqueros.
A diferencia de mí, Myst no poseía una belleza sobrenatural que enloquecía a todo aquel que la mirara, pero, cuando te fijabas en ellas, veías su luz. Brillaba en forma de inteligencia en sus ojos, una chispa de diversión en su mirada, y la pasión que denotaba su voz cuando hablaba de algo que le gustaba, sobre todo de los libros. Entonces era cuando te dabas cuenta de que, en realidad, era preciosa y de que tenía la sonrisa más reconfortante del mundo, como una chimenea encendida en medio del invierno.
Probablemente por eso la había elegido para colarse entre las minúsculas grietas de mi armadura, porque era a la única a la que no le importaba que yo fuera demasiado atractiva, que estuviera incompleta por dentro y que dijera cosas inapropiadas cada dos segundos. Porque ella también estaba un poco rota, así que nos sosteníamos las piezas mutuamente.
-          Ya podemos irnos, señorita Quejica.
Puso los ojos en blanco y lanzó un bufido. Luego cogió su gorro del perchero, se lo caló hasta casi taparse los ojos, se guardó las llaves en el bolsillo y salió de casa.
La seguí, riendo de su frustración.
-          Bueno, cuéntame, ¿qué te han dicho?
-          No mucho – explicó ella mientras bajabas las escaleras. – Solo que teníamos una nueva misión y que intentáramos no cagarla en esta. – Apretó los labios. – Como si no fuéramos capaces de hacer nada bien por un maldito error, ¡uno solo!
-          No les des importancia, son estúpidos – me encogí de hombros.
Myst respondió con una carcajada.
-          Bien resumido. Bueno, el trabajo consiste en algo así como proteger a alguien. No sé. Me dijeron que nos explicarían todo mejor una vez lleguemos allí.
-          Vale. Entonces vamos primero a por el café y luego tú nos llevas directamente para allá.
-          Sí. Voy a necesitar una buena dosis de café si tenemos que tratar con los de la organización – su voz se tiñó de mal humor al planteárselo.
Abrió la puerta del portal mientras empezaba a decir algo sobre ir a comprar después munición a la tienda secreta de la organización, pero se cortó antes de terminar la frase. Sus ojos se desenfocaron y emitió un sonido estrangulado de sorpresa. Seguí la dirección de su mirada y no pude evitar sonreír al ver al detective apoyado en su coche, en la acera de enfrente, con una expresión seria en el rostro y las ganas de hablar con Myst pintadas en la cara.
-          Oh, mira, tienes visita – constaté, animada.
-          No me puede creer que haya venido – sonaba horrorizada. Cuando la miré, comprobé que lo estaba. Parecía a punto de vomitar. – Dios mío, ¿qué hago?
-          ¿Qué te parece hablar con él? – sugerí, empujándola para que avanzara un poco y poder salir de una vez del portal del edificio.
Una vez en la calle, se giró hacia mí, sus ojos dilatados de terror.
-          ¿No has hablado con él desde que os acostasteis?
-          Adoro tu sutileza para decir las cosas – me recriminó con sorna, mientras se sonrojaba. – Hablé con él una vez. Por teléfono. Solo para decirle que estabas viva y bien y que sentía todo lo que había pasado.
-          ¿Y qué dijo él?
-          Que no tenía por qué sentirlo.
-          ¿Y tú le respondiste…?
-          Murmuré una despedida y colgué.
Volví a reírme, tapándome la cara con las manos para que William no me viera. Myst me fulminó con la mirada y me zarandeó por el codo.
-          ¡Sam! Esto es serio. No tengo ni idea de qué hacer. Solo he estado con un chico antes y… bueno, no se parecía a esto – titubeó. – Es la primera vez que me acuesto con alguien sin ser pareja ni nada de eso.
-          Pero qué mona e inocente eres  - le acaricié la cara. El labio le temblaba por los nervios. – Relájate. Solo habla con él, eso no hace daño. Y si ves que no funciona, lo mandas a paseo y ya está.
-          Pero…
-          Sin peros. – La agarré por los hombros y le di la vuelta para que quedara mirando hacia él. Al verlo, William nos dirigió una sonrisa, pero no se movió. Seguramente sospecharía que Myst saldría huyendo si no dejaba que fuera ella la que se acercara. Empezaba a conocerla. – Yo iré a la organización, conseguiré la información y tú hablarás con él. Reparto de tareas.
-          Es injusto. Has elegido la más fácil – se quejó a media voz.
Esta vez, no me molesté en disimular mientras me reía. Myst parecía más que nunca una niña asustada yendo por primera a un colegio nuevo. Casi me la podía imaginar caminando mientras arrastraba los pies.
-          Sé valiente – le susurré al oído.
Asintió una única vez, cuadró los hombros y empezó a caminar hacia el detective. Cualquiera que la viera pensaría que estaba yendo directa a una batalla mortal.
Inmediatamente después me arrepentí de lo que había hecho. Teniendo en cuenta que no contaba con Myst como medio de transporte, solo me quedaba otro método mucho menos satisfactorio: caminar. Por suerte, solo eran unas cuantas manzanas y eso me daría tiempo para pensar, y en caso de que me resultará demasiado largo, podía coger un taxi en cualquier momento.
Por descontado, compré un café de camino, bien cargado y con doble de leche condesada.
Unas cuantas calles después, los sentí: un hormigueo en la nuca, un escalofrío, la sensación de unos ojos que espiaban todos mis movimientos. Alguien me estaba cazando. Reconocía el acto, pero pocas veces había sido yo la presa. Al fijarme con más atención, descubrí a los tres hombres que me seguían unos cuantos metros por detrás, apenas disimulando su atención sobre mí.
Los miré por el rabillo del ojo mientras fingía curiosear en el escaparate una tienda de ropa. Supuse que estaban esperando que me alejara de una calle tan transitada como aquella para abordarme.
Calculé mis probabilidades. Eran tres contra uno. Ellos eran altos, robustos y llevarían armas encima con toda seguridad, la cuestión era qué clase de entrenamiento tendrían. Eso era lo que marcaba la diferencia.
Seguí andando, fijándome lo máximo posible en sus movimientos. Sigilosos, seguros, confiados. Las probabilidades estaban en mi contra, porque difícilmente podría hechizar con mi voz a más de uno al mismo tiempo y no podía hacer nada más extremo en un sitio tan público. Llevaba mis propias armas, claro, pero, ¿sería suficiente? Quizá si me daba tiempo de sugestionar a uno para que se peleara con sus propios compañeros… eso haría un dos contra dos y en esas condiciones sí que lo lograría.
Solo tenía que encontrar el sitio adecuado, conseguir la ventaja logística. Una zona que conociera para poder tener el control de la situación…
Estaba completamente inmersa en mis pensamientos cuando sentí que una mano me agarraba del antebrazo y me arrastraba a una de las calles secundarias menos llenas.
Agarré la daga que escondía en la parte trasera de la espalda con la otra mano. Durante unos segundos supuse que mis seguidores habían sido más de tres y que se habían separado, para lograr cogerme sin que me diera cuenta. Una buena técnica de distracción, pues yo solo había prestado atención a los que había visto mientras los otros buscaban el mejor momento para cogerme. Vaya fallo de novata.
Ya tenía la daga en el costado de mi agresor, lista para hundirla en la carne hasta atravesar algún órgano vital que lo matara en cuestión de segundos, cuando me di cuenta de su olor. Y de su altura. Levanté la vista lo justo para ver el cabello castaño y sus ojos añiles, mirándome con seriedad.
-          Creo que la última vez no te hice nada tan horrible como para que me claves ese cuchillo, cariño.
-          Prueba a no secuestrar por sorpresa a una chica armada.
Sonrió y mi corazón se aceleró ligeramente. Maldije su capacidad para provocar ese efecto en mí cuando nadie más podía.
-          Eso le quitaría toda la gracia al asunto.
Guardé la daga de nuevo en su hueco. Su mano no me había soltado, al contrario, se había desplazado lentamente hasta sujetar mi muñeca.
-          Me has asustado – expliqué, teniendo que levantar la cabeza para poder mirarlo a la cara.
-          Ya, bueno. En vista de que no dabas señales de vida, decidí venir a buscarte. Por si acaso te hubieras olvidado de mí.
-          Eso sería extremadamente difícil – repliqué, pero sabía a qué se refería.
Tras aquella noche en la que me salvó la vida solo había ido una vez más, dos días más tarde. Le había agradecido que no dejara que me desangrara sobre su colchón y que sentía haber estado a punto de matarlo yo a mí vez dejándolo sin energía. Pero cuando trató de besarme, me alejé como si tuviera la peste.
“¿Acaso quieres que te consuma? Aun no has recuperado tus fuerzas. No sobrevivirás si me alimento de ti.”
Y luego me había marchado a toda prisa. Él me había llamado un par de veces, pero desistió cuando recibió siempre como respuesta el contestador. Y ahora se había cansado de esperar.
Desvié la vista, incómoda ante la intensidad de sus ojos.
-          Lo siento – musité. – Creo que no se me dan muy bien esto de las relaciones.
-          No te preocupes – levanté la vista ante su tono despreocupado. Me dedicó una sonrisa feroz. – Aquí estoy yo para enseñarte.
Sin darme posibilidad a respuesta alguno, me acercó a él y me besó con desesperación. Sentí la esencia del lobo, la necesidad animal latente detrás de aquel beso. Había dejado a la bestia demasiado tiempo sin su compañera y ahora la reclamaba de nuevo, relamiéndose del gusto. Y yo no encontraba queja alguna.
-          Te he echado tanto de menos – susurró con su frente apoyada en la mía. Sus manos se habían colado bajo mi pullover y recorrían en círculos la piel de mis caderas. – La próxima vez irrumpiré en tu casa si es preciso, lo prometo.
Me reí ante la decisión que resonaba en su voz. Con Kai había aprendido a temer sus promesas, porque rara vez las incumplía.
-          Vale, vale. Intentaremos no llegar a ese extremo.
Me separé de él, alerta, y miré al otro lado de la calle. Mis amigos estaban en la esquina de enfrente, mirándonos fijamente.
-          Sam – Kai trató de llamar mi atención. Volví a mirarlo. – Hay algo importante que debo decirte, por eso estoy aquí. Bueno, por eso también, además del beso. – Cogió un mechón de mi pelo y me lo colocó detrás de la oreja.
-          ¿No me lo puedes decir luego? – propuse. Por el rabillo del ojo comprobé que mis seguidores empezaban a acercarse a nosotros, lentamente, tratando de no llamar la atención.
-          Es importante, de verdad.
-          Es un mal momento, Kai. – Coloqué ambas manos en su rostro. - ¿Ves a esos hombres al otro lado de la calle?
Sus ojos siguieron la dirección que le indicaba sin mover la cara, con discreción.
-          Ajá.
-          Pues creo que están tratando de matarme.
El cuerpo de Kai se tensó de golpe. Apretó la mandíbula y los puños hasta que los nudillos se le volvieron casi blancos. Sus ojos empezaron a mutar, dilatándose cada vez, mientras la bestia salía a la superficie, demasiado furiosa para ser controlada. Incluso pareció crecer, haciéndose más grande de lo que ya era, y mucho, mucho más feroz. Tenía una expresión letal que me asustó incluso a mí, que era casi inmune al miedo y que sabía que su rabia no iba dirigida a mí.
Cuando mostró los colmillos, visiblemente más largos y peligrosos, supe que estaba a punto de llegar a un punto sin retorno.
-          ¡Eh, Kai! – le di unas leves palmaditas en la cara, tratando de enfocar su atención en mi roce. Clavó los ojos en mí, pero aún parecía a punto de transformarse en cualquier instante. - ¿Recuerdas que estamos en un sitio público, verdad? No puedes convertirte en lobo aquí. Llamarán a la perrera o algo así.
-          Los mataré si tratan de hacerte daño – gruñó, su voz mucho más ronca y agresiva de lo habitual. Un escalofrío me recorrió entera. Por alguna razón que escapaba a la lógica, me gustaba muchísimo verlo en ese estado tan primitivo, tan salvaje.
-          Vale, pero en forma humana, ¿de acuerdo? – Él asintió con gesto rígido. Respiró muy despacio, relajándose hasta que sus ojos volvieron a la normalidad.
-          ¿Qué hacemos ahora? – preguntó, sin perder de vista a los desconocidos. Estos se habían vuelto a detener, posiblemente al ver la reacción de Kai. Cualquiera con dos dedos de frente se daría cuenta que no era racional enfrentarse a él.
Miré a mi alrededor, buscando alguna solución. No había ninguna puerta abierta, solo la calle extendiéndose en sus dos sentidos. Tampoco había ningún lugar donde ponerse cubierto, lo cual era un problema si aquellos cabrones llevaban pistolas. Y no me había puesto el chaleco antibalas aquella mañana.
-          ¿Salir corriendo? – sugerí, encogiéndome de hombros.
-          ¿Has traído el coche?
-          ¿Qué coche?
-          ¿No tienes coche? – preguntó alarmado.
-          No, claro que no. ¿Para qué voy a tener coche si no sé conducir?
-          ¿Y cómo vas de un sitio a otro?
Le lancé una mirada que dejaba a las claras que pensaba que era ligeramente idiota y sonreí.
-          Myst.
Él entrecerró los ojos y negó con la cabeza, frustrado. Me olía que en ese momento estaría cruzándole por la mente algún pensamiento del estilo “menuda compañera más complicada me ha tocado”, y eso me hizo sonreír aún más.
-          Pues por esta vez, yo seré tu medio de transporte.
-          Por favor, dime que eso no significa que vas a transformarte en lobo y que tendré que montar a pelo sobre tu lomo – me quejé, poniendo los ojos en blanco.
-          No, prefiero que me montes de otras formas. A la de tres, ¡corre!
-          Llevo tacones – repliqué, entrecerrando los ojos.
-          O corres o te cargo sobre los hombros como un saco de patatas – amenazó, su voz más grave de lo habitual.
-          Oh, vale. – Acepté con un gesto de renuencia.
Me miró a los ojos por un segundo y supe que quería decir algo, pero al final, optó por darme un pequeño beso en los labios. Su mano se desplazó hasta agarrar la mía y contó solo moviendo los labios, apenas emitiendo ningún sonido. Y justo cuando formaba el tres, echó a correr como alma que lleva el diablo.
Yo era una buena corredora, aunque no fuera una de mis actividades favoritas, pero Kai era mil veces más rápido que yo, probablemente porque tenía bastante más de animal salvaje. Me arrastró tras él a toda velocidad, con mis tacones resonando como martillazos sobre el suelo. Pocos segundos después, antes de que nos diera tiempo de girar en la esquina, el sonido de armas al ser disparada se sumó al de mis zapatos contra el cemento del suelo.
-          ¡Hijos de perra! – vociferé, pero Kai no aminoró la velocidad, sino que pareció aumentarla aún más, hasta el punto en que casi no fui capaz de seguirlo, a pesar de que seguía cogiéndome de la mano.
Las balas pasaban volando a nuestra alrededor, más rápidas aún que nuestra desenfrenada carrera, tratando de atravesar nuestros cuerpos en movimiento. Volaban por todas partes y la única razón por la que no nos agujerearon fue el estar corriendo como si huyéramos de la peste y el sexto sentido sobrenatural que había dentro de nosotros, el instinto animal que olía el peligro y se apartaba de él de forma innata.
Además, algo en la forma de moverse de Kai me hizo suponer que él estaba utilizando sus sentidos lobunos para prever la trayectoria de las balas, porque más de una vez nos situó fuera del camino de alguna.
A pesar de que tan solo nos llevó unos diez segundos más llegar hasta la esquina, el tiempo se ralentizó hasta volverse una eternidad. Oía los gritos de los transeúntes resonando en mis oídos, asustados. Mi corazón palpitando con la fuerza de un terremoto. La firmeza de la mano de Kai sobre la mano, tratando de ponernos a salvo. El sonido de las armas disparándose y el de las balas rebotando con las paredes y el suelo. Nuestros pasos y los de mis perseguidores a nuestra espalda.
Al girar en la esquina, conseguimos un momento de paz, pero eso no hizo que disminuyera la velocidad. Mis pulmones se quejaban del esfuerzo y me recordé a mí misma que había dejado que la pereza ganara la batalla y llevaba meses sin entrenar. Me había confiado, pensado que siempre tendría a Myst para sacarme de cualquier lío y ahora pagaba las consecuencias. Pero podría aguantar un rato más, estaba segura, sobre todo si mi vida dependía de ello.
La desesperación y las ansias por sobrevivir lograban que el ser humano hiciera cosas extraordinarias.
Kai se paró de pronto, tan de repente que choqué contra él y reboté, a punto de caer al suelo. Mantuve el equilibrio sobre las botas de tacón por los pelos, apoyándose en el soporte de su mano hasta que me soltó. A su lado había una enorme moto negra y roja, una imagen elegante y sensual. De algún modo, tenía un toque animal y salvaje que recordaba mucho a su propietario.
-          ¡No me habías dicho que tenías una moto! – espeté. Mi voz se convirtió en una sucesión de jadeos por el cansancio.
-          Bueno, no hemos tenido grandes charlas – replicó, subiéndose de un salto en nuestro medio de transporte.
Sacó las llaves del bolsillo de sus vaqueros y la puso en marcha en un instante. La moto rugió entre sus piernas, despertándose de pronto, lista para la acción.
-          ¡Vamos, sube! – me instó. Miró por encima de mi hombro y sus ojos volvieron a reflejar la imagen de la bestia.
Mientras me subía a su espalda, emitió un rugido más animal que humano, un sonido de advertencia. Un instante después, el sonido de una pistola resonó de nuevo a mi espalda.

Kai arrancó desde que sintió mis piernas encajadas tras las suyas en la moto. Antes de desaparecer por el final de la calle, tuve tiempo de sacar la pistola que guardaba en la bota, girarme mientras me mantenía sujeta a la cintura de Kai con la otra mano y atravesar con una bala a uno de aquellos cabrones. Su grito de dolor fue el último sonido que oí antes de que el bramido del viento ahogara todo lo demás, mientras la moto cada vez iba más y más rápido.

1 comentario:

  1. Ay, me he reído un montón de veces, de verdad, tanto con Myst como con Sam y el lobo. Tiene su buena parte cómica el capítulo. Romance, acción y humor en un mismo capítulo. Uhm, no está nada mal.
    Francamente este capítulo está bastante mejor que los últimos, es más dinámico y entretenido así como impredecible. No me esperaba que Kai apareciera por ahí, sino que la volvían a raptar. Y lo de Myst, simplemente ha sido graciosísimo.
    Creo que deberías tratar de combinar todos esos elementos que te he dicho de aquí en adelante. Creo que así conseguirá remontar el vuelo. Es como Angel Beats,: ríes, infarto, lloras, ríes, infarto, lloras.

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