14/Noviembre.
Jack Dawson (Boom)
Esta vez, Strike ya me estaba esperando cuando
llegué. Dejé la moto aparcada en la puerta de la casa y no me molesté si quiera
en guardar el casco, sabiendo que aquel encuentro sería rápido. Diría lo que
había venido a decir y me largaría, sin perder más tiempo, porque sabía de
antemano que Strike cuestionaría mi cordura. Hasta yo, en cierto modo, lo
hacía, pero sabía que no tenía más remedio.
Llevaba desde la noche en la que me encontré con
Annalysse pensando en cómo afrontar toda nuestra historia y nuestro presente.
Al final, tras un buen montón de noches en velas y
hacer explotar por accidente parte de la mesa del salón (en un momento de pérdida
de control), llegué a varias conclusiones, todas verdades inexorables e
inamovibles que, en realidad, ya conocía, pero que no quería reconocer.
La primera, la tenía más que sabida tras cuatro
años de extrañarla, es que seguía amando con locura a Annalysse. Mi corazón
nunca la había olvidado y volver a verla solo había servido para reavivar, aun
con más fuerza que antes, todos los sentimientos que había tratado de adormecer
para siempre. No era como recordarla por las mañanas en las camas de
desconocidas. No, la había visto cara a cara. Había hablado con ella, olido su
perfume, oído su voz. Eso me había golpeado, me había dejado sin aliento y me
había dejado tirado en el suelo luchando por respirar mientras un fuerte nudo
me atenazaba la garganta. Y encima, ella estaba aquí. En la misma ciudad que
yo. Vivíamos solo a un par de kilómetros de distancia, como mucho, pero nunca
la había sentido tan lejos.
La segunda cosa era que ella ya no era la misma
persona. Su vida, al igual que la mía, había sufrido importantes cambios que
habían operado una transformación brutal en ella. Incluso había cambiado de
nombre… Myst. La verdad es que era un
nombre adecuado para la nueva persona en la que se había convertido. Esta chica
con la que había tropezado algunas noches atrás era fuerte, decidida, valiente.
Nada que ver con la otra muchacha. Pero ambas eran, en el fondo y de algún
modo, la misma, aunque al parecer, la nueva Myst me había arrancado de cuajo de
su corazón y de su vida y no quería volver a saber nada de mí. Lo cierto es
que, teniendo en cuenta lo cabrón que fui con ella al abandonarla, podía
comprender esa reacción, pero no por ello dolía menos.
La tercera cosa de la que estaba seguro es que
nunca, bajo ninguna circunstancia, podría hacerle daño. Aunque ella ya no me
quisiera. Ni siquiera sabiendo que me odiaba con todas sus fuerzas. Tampoco por
defensa propia.
Nada en el mundo podía hacer que yo le volviera a
hacer daño de nuevo. Ya la había dejado destrozada cuatro años atrás, a lo que
se sumó la pérdida de su única hermana, que era también su mejor amiga. Había
jurado protegerle y, en lugar de ello, la había dejado sangrando por mi
ausencia e incapaz de salvar a la otra persona más importante de su vida. La
había abandonado por completo, haciéndole sufrir más que cualquier otra persona
en el mundo. Le había fallado por completo.
Lo último que quería hacer ahora era repetir ese
daño. Por eso estaba ahora frente a la puerta de Strike, con el casco bajo el
brazo.
No podía cumplir la misión, no cuando Annalysse era
el objetivo. No cuando seguía amándola con la misma intensidad de siempre. No
tras haber jurado protegerla y haberle fallado ya una vez.
Sin molestarme en tocar, entré por la puerta, que
siempre estaba abierta. Me guíe por el ruido del televisor encendido hasta
llegar al salón donde estaba Strike, sentado en un sofá enorme que antes debía
ser de color canelo, pero que ahora se acercaba al negro de una forma
repugnante. Todo seguía igual que la última vez que había estado en la casa.
Bueno, quizá estaba más sucia.
Había un cuenco de palomitas en el suelo y otros
dos vacíos pegados en la pared del fondo, con restos de algo que preferí no
identificar. El piso, como siempre, estaba pegajoso, y las botas altas hacían
un ruido asqueroso cada vez que las levantaba para dar un paso.
Aquí y allá, repartidas por todas partes, estaban
las colillas que tanto Strike como yo mismo habíamos ido dejando tiradas sin
preocuparnos dónde quedaban tras terminarnos el cigarrillo que teníamos entre
los labios. El olor era horrible, de una forma que indicaba que nadie había
intentado limpiar aquella pocilga en demasiado tiempo, mucho más del
recomendable.
Permanecí de pie cerca de la puerta del salón,
atento por si aparecía cualquier bicho que pudiera estar viviendo dentro de la
basura de aquel guarro.
-
Joder, Strike. Me prometiste que limpiarías este
antro cada quince días como máximo.
-
¿Eso dije? – replicó él sin apartar la vista de
la pantalla, donde retransmitían un partido de fútbol americano en directo. Los
comentarios gritaban sulfurados por alguna razón que yo no entendía ni me
importaba, pero Strike parecía atento a cada una de sus palabras.
-
Te aseguro que sí. Y por cómo está esto, diría
que hace más de un mes que nadie limpia. – No pude esconder el asco que
reflejaba mi voz. Ni Clark ni yo éramos dos amas de casa aplicadas, eso estaba
claro al ver el desorden de nuestro piso, pero el modo en el que vivía Strike
superaba cualquier límite. Era como estar dentro de un basurero. El olor, al
menos, era el mismo.
-
Creo que la asistenta se pasó por aquí la semana
pasada, pero… si no recuerdo mal, me gritó algo en español y se largó con cara
de asco.
-
Probablemente te digo que eras guarro. Y tenía
toda la razón.
Por toda respuesta, él se encogió de hombros, sin
prestarme demasiada atención.
Al observarle con detenimiento, me fijé en que
debía de haber engordado un par de kilos desde mi última visita y eso que ya
era jodidamente grande antes de eso.
Esperé, sabiendo que no conseguiría nada de él
mientras estuviera aquel maldito partido en la televisión. Por suerte, solo
duró unos cinco minutos más, antes de que los comentarios cortaran la conexión
y empezaran a analizar todas las jugadas. Solo entonces, Strike apagó la
televisión y me miró con tranquilidad.
Parecía contento, por lo que supuse que,
probablemente, había hecho alguna apuesta sobre el partido que acababa de ver y
la había ganado.
-
¿Qué te trae por aquí, colega?
-
He cumplido la misión de El Cairo. Anoche cogí
el vuelo desde Egipto y llegué esta mañana temprano. Todo fue como la seda.
-
Ah, perfecto. Informaré a los jefazos y ya te
avisaré cuando tenga tu dinero. – Sonrió, aún más complacido ante mis noticias.
Puesto que era algo así como mi agente, se llevaba una comisión por mis
trabajos cumplidos, aunque lo cierto es que su parte no era ni un 5 % del total
que yo recibía, pero, puesto que su función era únicamente pasarme la
información básica de los trabajos para los que me contrataban, tampoco merecía
más.
Durante un instante me planteé la forma más
adecuada de decirle lo que había venido a contar. Para aclararme las ideas,
saqué la caja de cigarros y me puse uno entre los labios, para después
encenderlo con el mechero que guardaba en el bolsillo delantero de los
vaqueros, junto con la cajetilla de tabaco.
Inhalé despacio y profundamente mientras tomaba la
decisión de soltárselo sin más. No le debía ninguna explicación, al fin y al
cabo. Yo elegía qué trabajos hacer y cuáles no y aquel era un rotundo no.
-
Oye, acerca del otro trabajo que me habías
comentado…
-
¿El de la chica de Tánatos? – esbozó una
sonrisilla lasciva por la que tuve que refrenar mis ganas de estamparle la cara
contra el suelo y aplastársela bajo mis botas.
-
Sí. Exacto. Dile a los jefazos que rechazo el
trabajo. – Anuncié sin más, sin rodeos ni estupideces. La rabia aun fluía dentro
de mí ante aquella puta sonrisa que, gracias a Dios, desapareció de golpe del
rostro de Strike antes de que yo tuviera que eliminarla haciendo brotar la
sangre.
-
¿Qué coño estás diciendo, Boom?
Por la forma en la que me miró, supe sin lugar a
dudas que pensaba que me había vuelto loco. En realidad, así era. Pero eso no
hacía que él tuviera derecho a juzgarme o a decidir cuáles serían mis acciones.
-
No voy a matar a la chica.
-
¿A qué viene esto? ¿Ahora tienes remordimientos
de conciencia o qué? – me observaba con los ojos más abiertos de lo normal por
la sorpresa. Nunca antes había rechazado ningún trabajo, pero era cierto que
antes no me había topado con que la víctima era precisamente la mujer por la
que estaba dispuesto a morir.
-
No es por la culpabilidad. Es simplemente que no
quiero esta misión y punto. ¿Queda claro?
Sin esperar ninguna contestación, me di la vuelta,
dispuesto a largarme de aquella casa que olía como pocilga en la que un cadáver
estuviera en proceso de putrefacción.
-
Si no lo haces tú, lo hará otro – las palabras
de Strike me detuvieron en seco.
Cerré los ojos y aspiré más humo, contaminando
rápidamente mis pulmones para aliviar el dolor sordo que se había extendido por
mi cuerpo. No me había planteado esa posibilidad. Pero claro, ella era una
amenaza para la organización, así que debían eliminarla. Y si no era yo quien
lo hacía, buscarían a otro, quizá peor asesino, pero igual de eficaz.
Ese pensamiento hizo que la furia creciera todavía
más dentro de mí, haciendo que viera rojo detrás de mis párpados cerrados en
lugar del negro habitual. Mis manos chispeaban, a punto de dejar escapar el
fuego que sabía que produciría un buen desahogo. Pero me obligué a calmar la
respiración, a aspirar y exhalar grandes bocanadas de humo y a relajarme.
-
Así que mejor hazlo tú, Boom, porque si no
perderás el dinero porque que acabará pasando igualmente – continuó de forma
insensata Strike. La inteligencia nunca había sido su fuerte y quizá eso fue lo
que lo llevó a decir eso, sin darse cuenta de lo alterado que me había dejado
su última afirmación.
-
No lo haré, Strike. No la mataré – aseveré con
voz fría.
-
Pero…
-
¡Cierra la puta boca! – exploté. Me contuve para
no hacer volar una de las paredes por los aires, aunque eso supuso un gran
esfuerzo por mi parte. Estaba al límite del control, en el punto exacto donde
un paso más hacia el abismo haría que el mundo se convirtiera en pedazos a mi
alrededor.
Strike fue lo suficientemente listo para permanecer
callado mientras yo me calmaba y recuperaba el control perdido. Me apoyé en la
pared, haciendo caso omiso del asco que me daba tocar cualquier cosa de aquella
casa, porque necesitaba un punto de apoyo para no dejarme arrastrar por la ola
de furia, rencor y odio que me consumía por dentro.
Finalmente, abrí los ojos y fumé la última calada
del cigarro antes de tirarlo al suelo, junto con el resto de las colillas ya
inservibles. Lo aplasté con la punta de la boca y luego hablé despacio,
vocalizando cada palabra.
-
No le haré daño. Ni permitiré que nadie se lo
haga. ¿De acuerdo?
-
Boom, estás diciendo gilipolleces. ¿Qué mierda te
pasa con ella?
Cerré los ojos de nuevo y sonreí con tristeza. En
una milésima de segundo cruzaron por mi cabeza todos los recuerdos de mi vida
junto a Annalysse, una por una, hasta que se congeló en la imagen de su
sonrisa.
-
Ella es mi corazón fuera de mi cuerpo. No puedo
permitir que nadie le haga daño.
-
¿Te has enamorado del enemigo? – escupió él, con
una mezcla de desprecio e incredulidad.
-
Me enamoré de ella mucho antes de que fuera el
enemigo, Strike. Me enamoré de ella cuando solamente éramos dos adolescentes
buscando una tabla de salvación.
-
¿Es ella? ¿La chica a la que dejaste atrás para
protegerla de este mundo? – consternado, me miró con una enorme lástima en los
ojos de la que yo me percaté al mirarlo por el rabillo del ojo. Suspiró. – Pues
vaya pieza.
-
Ha cambiado en estos cuatro años. Ya no es la
misma chica. Pero… sigue siendo ella, en el fondo. Y yo sigo amándola. –
Susurré las últimas palabras, sintiendo que me desgarraba por dentro al
pronunciarlas. – Por eso no puedo aceptar la misión. ¿Cómo podría matarla?
-
Pero sabes que mandaron a otro. Y ese sí estará
dispuesto a matarlo.
Apreté la mandíbula al imaginar solo por instante a
Annalysse gritando de dolor mientras una sombra sin rostro, grande, armada con
un enorme cuchillo, la apuñalaba una y otra vez, mientras la sangre manchaba
todo a su alrededor y ella moría poco a poco. Sus profundos ojos azules apagándose
poco a poco, su respiración deteniéndose. Su mirada acusándome.
-
No lo permitiré. No dejaré que nadie le haga
daño.
-
Entonces, estarás traicionando a tu propia
organización. Te matarán por eso. – Me advirtió Strike. En su voz no había
amenazado, era solo la constatación de un hecho, pero yo ya sabía lo que él me
estaba diciendo. Y había aceptado mi destino.
-
Si la mataran a ella, también me estarían
matando a mí, así que, ¿cuál es la diferencia?
Abandonando a Strike en el salón, me dirigí a la
puerta sin despedirme ni esperar a que él lo hiciera. No me interesaba
realmente. Necesitaba subirme a mi moto y dejar atrás todos los pensamientos
que restallaban en mi cabeza, los gritos de angustia que emergían desde mi
interior y buscaban la salida por mis labios, pero estos permanecían sellados.
Hacía demasiado tiempo que no lloraba como para empezar ahora. Necesitaba
correr por la carretera e intentar dejar atrás los problemas, como hacía
siempre.
Pero el problema es que, donde quiera que vayas,
allí estarás.
Nunca había entendido esa frase, pero en ese
instante supe con claridad a qué se refería.
Da igual cuánto corras, da igual dónde te escondas,
porque no puedes escapar de ti mismo. La mierda que llevaba dentro estaría
siempre conmigo y los problemas no desaparecerían por muchos kilómetros que
dejara atrás bajo mis ruedas. Pero intentarlo, al menos, suponía un cierto
alivio.