(Si acabas de llegar, debes saber que la historia sigue un orden. Empieza por la primera entrada subida y vete avanzando hasta la más reciente, o te perderás la magia de la historia).


sábado, 16 de febrero de 2013

Quizá seas tan idiota como para subestimarme.

7/Noviembre

Samantha Petes (Nox



Maldita sea.
El sonido de mi suspiro quedó ahogado por la mordaza que me impedía hablar y por el saco que aún tenía en la cabeza y que no me permitía ver nada de lo que sucedía a mi alrededor. Las manos, atadas a la espalda, empezaban a molestarme de verdad, después de tenerlas más de una hora en la misma postura incómoda.
Me tumbé en el suelo de la parte de atrás de la furgoneta, donde los secuestradores nos habían metido de malos modos y sin darnos ninguna explicación. Al principio, había estado segura de que Clark era parte del plan, el cebo con el que me habían atraído hasta la trampa (en la cual yo había caído como un ratoncillo ingenuo), pero ahora ya no estaba tan segura.
Podía oírlo, cerca de mí, respirando de manera entrecortada y muerto de miedo. Su terror era tan grande que podía percibirlo en el aire, casi como si desprendiera un aroma propio y se hubiera espesado hasta hacerse tangible. No se había acercado a mí y tampoco había dicho una sola palabra, aunque eso probablemente se debía a que también estaría atado y amordazado.
Aun así, no me fiaba de él del todo. Todavía no. Podía seguir funcionando como cebo, fingiendo ser un rehén al igual que yo (actuando francamente bien) para sonsacarme información cuando nos dejaran a solas. Claro, pondría la excusa de “ambos estamos secuestrados, necesito que me cuentes todo lo posible para buscar un modo de escapar” y, cuando yo soltara todo lo que él necesitaba oír, llamaría a sus secuaces, se liberaría y me mataría. ¿Me había tenido engañada todo ese tiempo?
Nunca lo había tomado como una amenaza real, la verdad. Era… tan aparentemente débil. Parecía inseguro y pequeño, intentando comportarse como un adulto sin dejar de ser un niño del todo. Se notaba que nunca había lidiado con el mundo exterior de lleno.
Si toda esa fachada era una mentira, era un actor consumado y me había hecho caer por completo, pues me había tragado toda su historia y su apariencia de inocente.
Pero ahora, tumbada en el suelo de una furgoneta rumbo a quién sabe dónde, ya no estaba tan dispuesta a fiarme de él. Me estaban arrastrando a la fuerza lejos de mi casa y habían encontrado un maldito modo de evitar que mi poder les afectase, lo cual me dejaba con el culo al aire. Además, eran muchos más que yo, así que me vencerían en una pelea física (como ya había pasado en el callejón).
Inspiré hondo y espiré lentamente. Tenía que pensar una solución factible, un plan que se ajustara a las circunstancias y me permitiera salir de aquí… viva, a ser posible. Aunque, primero, tenía que descubrir quiénes eran mis secuestradores, cómo sabían tanto de mí (lo suficiente como para eludir mis habilidades y ser capaces de someterme) y para quién coño trabajaban.
Si el que ha orquestado todo esto es el cabrón de Jack, lo mataré. Ya estaba harta de Skótadi y, sobre todo, de él. No solo le había arruinado la vida a mi mejor amiga. No, ahora tenía que resurgir de entre los olvidados para jodernos de nuevo. Si se atrevía a tocar a Myst…
Apreté los dientes. Me obligué a cerrar los ojos, a inspirar hondo una vez más, y a relajarme. Dejando fluir la ira no conseguiría nada, tenía que permanecer calmada y elaborar un plan de acción que me sacara de toda aquella mierda.
De pronto, la furgoneta se detuvo. El zumbido del motor, que se había convertido en un compás en el fondo de mi cabeza, desapareció por completo, lo que supuso un alivio. Sentí cómo Clark se tensaba a mi lado y su terror se espesó aún más, se hizo más perceptible. Casi sentí lástima por él, pero ese no era mi estilo.
Alguien abrió las puertas de la parte de atrás de la furgoneta. Era de noche, así que supuse que las leves luces que pude percibir a través de la tela del saco serían farolas o luces de una casa.
Había movimiento fuera del vehículo. Gente bajando de él, manteniendo conversaciones en voz baja en el idioma que habíamos oído antes, caminando de aquí para allá. Ladeé la cabeza, intentando discernir cuántas personas eran en total. Conté, como mínimo, unas seis, por lo cual borré de la mente cualquier posibilidad de llevar a cabo un acto kamikaze en plan ninja. Me habían quitado dos dagas y no disponía de munición necesaria para hacerme cargo de ellos antes de que reaccionaran y me placaran de nuevo. Aquellos tipos eran bastante más grandes que la media y, por ende, más pesados.
Si a eso le sumábamos que con la mordaza puesta no podía hablar y, por tanto, no podía obligarlos a cumplir mis órdenes, no me quedaba más remedio que ser buena… de momento.
Cuando sentí que unas manos tiraban de uno de mis pies y me obligaban a salir de la furgoneta, no me resistí, tal como ellos esperaban. Dejé el cuerpo laxo y permití que me arrastraran, asemejando a una muñeca de trapo. Al principio, el que me transportaba se mostró susceptible ante mi cooperación y se mantuvo rígido, ejerciendo una fuerza innecesaria para hacerme caminar. Al cabo de unos cuantos minutos, se relajó.
Nos condujeron a mí y a Clark (lo supe por el ruido de sus pasos detrás de mí) por una serie de largos pasillos. Incapaz de ver, me centré en el sentido del oído, pero eso tampoco me sirvió de mucho. El silencio de la noche solo era roto por un goteo incontinuo, por nuestros pasos y por la conversación de los secuestradores, siempre en el mismo idioma.
Escuché con atención.
Al cabo de cuatro pasillos largos y cinco giros en distintas direcciones, alguien abrió una puerta delante de nosotros. Entramos en otra estancia, que parecía ser más amplia. Tras caminar unos cuantos pasos más, me choqué contra una silla. El tipo que me mantenía sujeta me obligó a sentarme. Luego, ató mis manos, que seguían amarradas a mi espalda, en los postes de la silla y me quitó el saco de la cabeza.
Efectivamente, nos encontrábamos en una sala grande, aunque quizá su tamaño parecía mayor debido a su falta de mobiliario. En ella solo había dos sillas, una ocupada por mí y otra por Clark, y una larga mesa con monitores al fondo, pegada a la pared, detrás de la cual se encontraba un hombre.
No había más puertas. Parecía un enorme almacén que había sido abandonado y ahora se utilizaba para otros propósitos totalmente distintos.
Otro hombre le quitó el saco de la cabeza a Clark, que estaba sentado justo frente a mí. Él parpadeó, con una inconfundible expresión de pánico en el rostro. Fue capaz de controlarla y hacerla desaparecer en pocos segundos, pero yo pude verla.
Los tipos volvieron a hablar entre sí. Clark los miraba confuso, sin entender ni una palabra de las muchas que barbotaban. El idioma que hablaban era rápido, duro, inflexible. La pronunciación, agresiva.
Finalmente, uno de ellos se colocó unos tapones en las orejas, idénticos a los que habían usado cuando luché contra ellos y acompañó a los demás hasta la puerta. Cuando todos los demás salieron (eran siete, aparte del de los tapones y el que estaba detrás de los monitores), cerró la puerta y se quedó dentro, con nosotros. Luego, se acercó de nuevo y nos quitó las mordazas, pero no las ataduras.
Supuse que nos concedían el privilegio de hablar entre nosotros, puesto que ellos se habían protegido contra mis posibles ataques verbales.
Clark no despegó sus ojos de mí. Yo, en cambio, recorrí la habitación con la mirada, buscando salidas alternativas. No había ninguna. Un breve vistazo me confirmó que el otro tipo, el del mostrador, también llevaba tapones. Genial.
-          Así que… ¿me has traicionado, Clark? – le espeté sin más.
Clavé mi mirada en él y observó cuidadosamente su reacción. No mostró culpabilidad, solo sorpresa y, después, desconcierto.
-          ¿Cómo puedes pensar eso? ¿No ves que yo también estoy atado a una silla o qué? – replicó con tono mordaz.
Me encogí de hombros con indiferencia y crucé las piernas.
-          A lo mejor solo estás fingiendo. A lo mejor, en realidad, eres un topo y estás aquí para intentar sacarme información con todo ese rollo de compis de secuestro.
-          Pues no es así. Siento arruinar tus fantasías, pero también estoy secuestrado – bufó, poniendo los ojos en blanco.
Se recostó en la silla, todo lo cómodo que se podía estar con las manos atadas a una silla a tu espalda, y me fulminó con la mirada. Lo ignoré mientras me replanteaba mis alternativas.
-          Bien. Voy a suponer que dices la verdad, porque tu versión coincide con el resto de la historia.
-          Genial – el sarcasmo quedó patente en su tono de voz. Desvió la vista hacia los guardas, que nos observaban con gesto neutral, puesto que no podían oírnos. - ¿Puedes… controlarlos?
-          No, llevan esos estúpidos tapones. – Me quejé. De verdad eran una molestia.
-          Me gustaría saber qué estaban hablando mientras veníamos hacia aquí – musitó él, sin quitarle la vista de encima al que estaba cerca de la puerta.
Seguí su mirada. Hablé sin volver a girarme hacia él.
-          Decían que no sabían qué hacer contigo. Al fin y al cabo, el jefe solo me quería a mí, pero no podían dejarte atrás después de haber sido testigo de todo. Podrías ir a la policía o algo parecido. Además – continué sin detenerme, impidiendo que me interrumpiera – saben que eres también un Supra y creen que su jefe, sea quien sea, también estará interesado en ti, aunque yo fuera el objetivo del secuestro.
-          ¿Lo... los entiendes? – su voz sonó profundamente admirada.
Asentí con la cabeza y sonreí.
-          ¿Qué idioma hablan? – me preguntó Clark entonces, evidentemente curioso.
-          Alemán. De ahí esa pronunciación brusca y agresiva.
-          ¿Sabes hablar alemán? – volvió a repetir.
-          Ya te he dicho que sí. Es uno de los idiomas que hablo.
-          ¿Uno? ¿Cuántos idiomas hablas? – me miró como si estuviera viendo una estrella del pop.
-          Cinco… No, seis. Inglés, alemán, español, ruso, japonés y un dialecto africano. – Enumeré. – Además, estoy empezando con el chino, pero apenas sé la base.
-          Vaya – silbó por lo bajo, impresionado. – Nunca me hubiera imaginado eso.
-          En realidad, es lógico – deslicé la vista de nuevo hacia los guardas. – Mi habilidad consiste en hacer que los hombres cumplan mis órdenes. Para que lo hagan, deben ser capaces de entenderlas. Así que debo expresarlas en su idioma.
Clark asintió y frunció el ceño. Se quedó callado durante un par de minutos, reflexionando sobre Dios sabe qué.
Yo aproveché también para reordenar mis pensamientos, apuntar los datos nuevos a los que ya tenía y buscar nuevas alternativas de escape.
Había decidido creer a Clark (al menos, de momento). Si no pertenecía al bando enemigo, podía tomarlo como aliado. Él también querría escapar, así que dos mejor que uno. O…
Lo analicé rápidamente, recorriendo su cuerpo desgarbado con la mirada. En un combate físico ya había demostrado que no sería de mucha utilidad, porque carecía por completo de entrenamiento. Solo era un inconveniente y no podía encargarme de cuidarlo y de sacarlo de aquí al mismo tiempo.
Pero… los alemanes habían dicho que era un Supra, así que decidí tantear ese terreno.
-          Oye – llamé su atención. – Sé que esto es algo personal y todo ese rollo, pero como estamos en una situación… sí, cabe dentro de la denominación de desesperada, necesito que me digas cuál es tu habilidad.
-          ¿Qué? – enarcó ambas cejas, en una clara expresión de incomprensión.
-          Eres un Supra, ¿no? Pues entonces tienes que tener una habilidad sobrehumana. Quizá nos puede ayudar a salir de aquí. – Hablé lentamente, al igual que haría con un niño pequeño, pues empezaba a exasperarme contar con un aliado como él.
-          Ah – frunció los labios. – No, no te será útil.
-          Prueba.
-          Yo… - lo meditó un instante, buscando las palabras. Parecía que aún desconfiaba de mí, lo cual en realidad no me extrañaba. Yo lo había acusado de rata traidora, así que podía entender que no se fiara del todo, pero era la única salida y se lo hice saber con una única expresión. Asintió y siguió hablando. – Soy capaz de controlar el fuego.
Me quedé callada un instante y luego sonreí.
-          Pero, ¡eso es genial! Solo tienes que quemar las cuerdas y entre los dos nos encargaremos de los guardas. – Empecé a elaborar el plan rápidamente en mi mente: los movimientos, las tácticas de lucha, el modo de evitar que nos dispararan antes de tiempo…
-          No. – Esa simple palabra cortó de raíz todos mis pensamientos. – No lo has entendido. Puedo controlar el fuego, no crearlo.
-          Entonces… - enarqué una ceja - ¿de qué sirve eso?
-          Pues… si tuviera un mechero a mano, podría crear un incendio o quemar las cuerdas. Podría aumentar el fuego hasta reducir el edificio a escombros y convertir a los guardas en cenizas.
-          Pero no tienes un mechero – aseveré.
-          No. – Suspiró y se repantigó un poco en la silla. Con esa postura le dolieron las manos, por lo que volvió a sentarse como antes al instante. – Suelo llevar uno, pero los guardas me lo quitaron cuando nos metieron en la furgoneta, así que… no te valgo para nada.
-          Pues vaya.
Se me estaban acabando las alternativas. Observé por el rabillo del ojo primero a un guardia y luego al otro. Ambos estaban distraídos. Lentamente, fui girando la silla, evitando hacer ruido, hasta que me desplacé apenas unos milímetros, lo suficiente para que mis manos quedaran ocultas de la mirada de ambos.
-          Coloca tu silla frente a la mía. – Le ordené de inmediato a Clark.
-          ¿Para qué? – gruñó él.
-          Hazlo, maldita sea – cuando Clark comenzó a colocarse como le había dicho, haciendo el mínimo ruido posible, le expliqué la lógica de su acción. – Si los guardias ven que no estamos frente a frente, sospecharán.
-          ¿Y en que mejorará nuestra situación estar así?
-          Dame tiempo – susurré con tono pícaro. – Pero no dejes de hablar o sospecharán.
Mientras Clark buscaba un tema de conversación con el que rellenar el silencio, empecé a trabajar en mi liberación. Zarandeé con cuidado la mano derecha y la pulsera que siempre llevaba empezó a deslizarse hacia abajo, hasta llegar al final de mi muñeca. Entonces, lentamente, empecé a girar los dedos intentando alcanzarla y sacarla de mi brazo.
-          No sé de qué hablar. – Acabó por admitir Clark.
Tras unos cuantos intentos fallidos, conseguí hacerme con la pulsera. La giré entre mis dedos, con mucho cuidado de que no se cayera, y rodé hacia un lado la tapa que ocultaba la parte afilada de una cuchilla de apenas tres centímetros. Con la tapa puesta, parecía un simple adorno más de la pulsera, por lo que nadie sospecharía de ella. Esa era la razón por la que no me la habían quitado los tipos cuando me cachearon antes de meterme en la furgoneta. No le habían dado importancia.
Mientras me concentraba en romper las cuerdas con la pequeña cuchilla, retomé la conversación.
-          Di cualquier cosa.
-          Pues… yo… - frunció el ceño. Pareció considerar una opción, descartarla y luego retomarla de nuevo. Finalmente, abrió la boca, pero tardó aun un poco más en atreverse a pronunciar las palabras. – Hay algo en ti que no comprendo.
-          ¿Solo una cosa? Entonces, eres mucho más listo de lo que pensaba – repliqué.
-          Una cosa en concreto, quiero decir – apretó los labios, visiblemente molesto. Le dediqué un gesto con la cabeza, alentándolo a continuar, sin cesar de cortar la cuerda. Estaba a punto de conseguir romper la primera. – A menudo, cuando hablo contigo, siento que… no reaccionas como una persona normal. Más bien, pareces siempre extrañamente vacía. – Sacudió la cabeza. – No sé cómo expresarlo bien. Pero… por ejemplo, justo ahora mismo, estando secuestrada por un puñado de alemanes peligrosos, ni siquiera pareces preocupada.
Me reí. Sí que era más listo de lo que pensaba. Se había dado cuenta de… lo que yo era.
-          No estoy preocupada. Nunca lo estoy.
-          ¿Cómo es posible? – su voz se llenó de curiosidad y acercó un poco más de su cuerpo a mí, como esperando escuchar una confidencia.
Justo en ese momento, terminé de romper la primera cuerda. Liberé la mano derecha y no pude contener una sonrisilla de triunfo. Me puse entonces con la izquierda.
-          Es un trastorno. Lo padezco desde que tengo memoria. Se llama ataraxia. Básicamente, consiste en que soy incapaz de sentir emociones o sentimientos intensos, como la preocupación, el odio, el amor, la felicidad o la angustia. Ya sabes.
-          Pero… eso no puede ser – reculó, totalmente asombrado.
Volví a reírme.
-          Myst también dijo lo mismo cuando se lo conté. Pero con el paso del tiempo, es imposible no darse cuenta de que es verdad.
-          ¿Cómo funciona exactamente? Quiero decir, ¿no sientes nada de nada? ¿Siempre estás indiferente?
Lo medité un instante, buscando el modo correcto de explicar el complejo funcionamiento de mi circuito interno, que se caracterizaba básicamente por sus múltiples anomalías.
-          Sí, siento… algo. Pero en mucha menor medida que una persona normal. Es como… si sintiera una décima parte de una emoción normal, ¿entiendes? Mi sentimiento de alegría es muchísimo más leve que el tuyo, por ejemplo. No me embarga del mismo modo, es solo… un cosquilleo. Pero siento algo, sí. Aunque al ser tan pequeño, es mucho más fácil de ignorar.
-          Es realmente extraño – musitó Clark, aun asombrado.
-          Lo sé. Realmente soy un monstruo, ¿eh? – sonreí ante la expresión disgustada de su rostro. Luego, me puse seria. Hacía unos segundos que había conseguido liberar mi otra mano. – Bien, ahora escúchame atentamente, ¿vale?
Asintió con la cabeza, pendiente de todas mis palabras.
-          Necesito que causes una distracción.
-          ¿Qué?
-          Ya sabes, algo que altere a los guardias. Tiene que ser algo visual, porque no te podrán oír. Improvisa algo, me da igual qué. Pero tienes que conseguir que, como mínimo, uno de ellos acuda en tu auxilio, ¿está claro?
-          Y si lo consigo, luego, ¿qué?
-          Del resto ya me encargo yo. Pero, por si acaso, intenta ponerte todo lo a cubierto que puedas, ¿vale? Tírate al suelo, por ejemplo. Será mejor que no te dé una bala perdida.
-          Buen consejo.
Fingí tener las manos atadas mientras Clark pensaba el modo de interpretar su papel de la mejor manera. Tensé las piernas, relajé los hombros y me preparé para lo que venía a continuación. Sabía, por experiencia, que el momento sería rápido y que solo tendría una oportunidad antes de que fuera demasiado tarde. No podía perder el tiempo ni fallar.
Clark me miró entonces a los ojos, con determinación.
-          Finge que me estás hechizando… como sueles hacer con los otros.
Sonreí y asentí, entendiendo su plan. Empecé a musitar palabras en voz baja, con expresión concentrada y seductora, imitando la que solía poner cuando estaba tomando el control de la mente de alguien.
De inmediato, Clark empezó a chillar y a retorcerse. Parecía que un millón de cuchillos estuvieran clavándosele en el cuerpo y él sufriera un enorme dolor. Tiró con fuerza de las cuerdas, se retorció y acabó tirando la silla al suelo, en donde continuó fingiendo una tortura. Yo no paré de susurrar palabras incoherentes, sin apartar la vista de él, manteniendo nuestro numerito a la perfección.
El guardia de la puerta vino corriendo hacia nosotros, con el arma colgada del hombro, y blasfemando sin cesar en alemán. Se acercó a mí, con una máscara de pura furia en su rostro. Cuando estuvo lo suficiente cerca, me levanté de un salto y le realicé un corte profundo en el cuello con mi pequeña cuchilla. No era suficiente para matarlo, pero al menos lo dejé desconcertado e inestable. Aproveché esa pequeña distracción por su parte, los cinco segundos que le hubiera costado reponerse de mi ataque, para subirme a la silla (puesto que era más alto que yo), rodearle el cuello con los brazos y partírselo con un sonoro crujido.
Para ese momento, la primera bala me pasó muy cerca, casi rozando el brazo, disparada desde la pistola del guardia que estaba tras el mostrador con los monitores. Utilicé el cuerpo del guardia que había matado como escudo para evitar que una de las balas me diera y recogí el arma que se encontraba ahora tirada en el suelo.
Con un movimiento veloz, apunté hacia el otro guardia, tan escondida tras el cuerpo como podía para apuntar correctamente y disparé.
Mi bala atravesó el aire en un par de milésimas de segundos, demasiada rápida para que mi víctima pudiera apartarse de su trayectoria perfecta. Le atravesó el cuerpo a la altura del corazón, exactamente en el pulmón izquierdo. El guardia cayó como un fardo, con un grito ahogado en sangre. La pistola, que sostenía en su mano derecha, voló hasta parar unos tres metros más allá de su cuerpo.
Me levanté con tranquilidad, sabiendo que ya no podría contraatacar. Sus dolores eran demasiado intensos. El pulmón estaba encharcándose poco a poco de sangre. Dentro de poco sería totalmente inútil y perdería a medias la facultad de respirar, mientras no dejaba de desangrarse. Moriría poco a poco.
Para ahorrarle ese sufrimiento, me acerqué a él y le atravesé el cerebro con otro bala. Su sangre salió disparada, manchándome la ropa y la cara. Me limpié la de la cara con la manga de la sudadera y me colgué el arma del hombro, por si acaso recibíamos alguna visita inesperada de otros de los alemanes.
Tras coger aire profundamente una única vez, me dirigí a liberar a Clark. Seguía tirado en el suelo, atado a la silla, de espaldas a todo lo acontecido, aunque desde su posición empezaba a ver el charco de sangre que se extendía rápidamente por el suelo.
Cuando me acerqué a él lo suficiente, pude ver que también había un pequeño charco de sangre cerca de su hombro derecho.
Mierda.
Me agaché frente a él. Al sentir el roce de mi mano sobre él, abrió los ojos de inmediato, con una expresión de dolor pintada en ellos.
-          Joder.
-          Tenías razón con lo de la bala perdida.
-          Mierda, mierda. Tengo que llevarte a un hospital. – Desgarré la manga de la camisa hasta llegar a la zona herida.
La piel estaba levantada alrededor de un corte que se extendía en redondo por el bíceps, de apenas un centímetro de grosor. Suspiré de alivio y me senté en el suelo.
-          No te han dado.
-          ¿Qué dices? Claro que me han dado. Me duele – se quejó él con malhumor.
-          La bala solo te ha rozado la piel. No es una herida grave, novato. Si te hubieran dado de verdad, el dolor sería mucho peor.
Liberé sus manos y lo ayudé a ponerse de pie. Él echó un vistazo a la sala y no pudo contener la expresión horrorizada de su rostro al ver a los dos cadáveres, uno de ellos rodeado de su propia sangre, que manaba de las dos heridas de bala. Luego me miró a mí y en sus ojos pude leer que ahora sí me creía: veía un monstruo.
Ignoré deliberadamente su mirada juzgadora y me dirigí a los monitores. Mostraban las imágenes de las cámaras de seguridad, lo que resultaba perfecto. Desde allí podría ver todo lo que sucedía fuera de nuestra sala y descubrir el mejor modo de salir.
De pronto, percibí un movimiento extraño en una de las cámaras… Una figura de pelo largo y negro que entraba en ese momento en el primero de los pasillos, tras haber destrozado la puerta de entrada.
Sonreí.
-          ¿Cuánto tiempo hace que estamos aquí? – pregunté, sin despegar la mirada de la pantalla.
-          No lo sé. Cuarenta y cinco minutos quizá. ¿Por?
Sumado a la hora que habíamos estado en carretera y al tiempo que habíamos pasado hablando el callejón Clark y yo… debían ser, al menos, las once de la noche. Hacía mucho que había salido a comprar café, sin regresar.
-          Ya han llegado los refuerzos – sonreí abiertamente al ver como Myst se deslizaba en completo silencio por los pasillos en mi busca.
Clark se acercó a los monitores y echó un vistazo. Percibí su expresión de sorpresa al reconocer a la persona que había venido a rescatarnos, deslizándose silenciosamente por los pasillos. Aunque las cámaras de seguridad no contaban con audio, no me hacía falta para saber que Myst apenas estaba tocando el suelo y que solo estaba en estado semi-corpóreo. Casi podía percibir los contornos de su cuerpo fluctuando, cambiando, enroscándose con el aire, sin ser sólida del todo, pero tampoco habiéndose desvanecido por completo.
-          Pues vaya refuerzos – suspiró Clark.
No pude contener la sonrisa que estiró las comisuras de mis labios ante su estupidez. Quizá él esperaba que Myst apareciera cargada de munición, con una escopeta en cada brazo y un pitillo entre los labios, como en las películas malas de acción que reponían hasta la saciedad. Que dijera una frase manida y empezara a pegar tiros sin ton ni son.
Si esperaba eso, estaba completamente equivocado. El estilo de lucha de Myst no tenía nada que ver con los disparos por doquier y los tiroteos. Ella era rápida, silenciosa y completamente letal. Mataba con una precisión inigualable, seccionando los puntos clave y sin desperdiciar tiempo ni movimientos.
Pero no dije nada. Al fin y al cabo, tal como dicen, una imagen valía más que mil palabras y podía ver, gracias a las cámaras del siguiente pasillo, que cuando mi compañera de piso girara la esquina se toparía de frente con un grupo de tres de los alemanes que nos habían secuestrado, los cuales se habían parado para hablar. No podía escuchar su conversación, pero tampoco tenía un interés especial en saber qué estaban diciendo.
Clark se tensó a mi lado, observando el inevitable encuentro.
-          ¿Crees que será capaz de escapar?
-          ¿Por qué iba a escapar? – le pregunté con un bufido. A Myst le quedaban tres pasos para darse de frente con nuestros captores.
-          Porque… son tres contra uno.
Me reí sin poder contenerme.
-          Sí, es cierto – afirmé. Justo en ese momento Myst giró la esquina. – Es injusto para ellos.
Durante un segundo, Myst se quedó completamente quieta, observando y evaluando a los tipos que había frente a ella. Eran grandes e iban bien armados. Su reconocimiento duró apenas un par de segundos, pero ambas estábamos entrenadas para utilizarlos a fondo y averiguar todo lo necesario sobre la batalla que se nos presentaba.
Luego, uno de los alemanes la vio. Dio un grito, alertando a los otros, que estaban de espaldas a ella. Los dos se giraron, intentando apuntar con sus armas antes de ser atacados por la espalda, mientras el primero, el que había gritado, disparaba dos balas directas hacia Myst.
La primera le atravesó el cuerpo a la altura del hígado. La segunda fue directamente al lugar donde se encontraba su corazón.
Ambas balas atravesaron su cuerpo inmaterial y se incrustaron en la pared a su espalda.
Esa era la gran ventaja de la capacidad de Myst para solo desmaterializarse a medias. No era lo suficientemente corpórea como para que un ataque físico pudiera dañarla, ya que los objetos la atravesaban como si fuera simplemente aire condensado. Y, sin embargo, seguía manteniendo una apariencia física que le permitía disponer de sus sentidos y engañar a sus enemigos haciéndolos creer que era vulnerable.
En los siguientes segundos, que transcurrieron mucho más lentos de lo habitual, como si alguien hubiera reducido la velocidad del tiempo, los hombres miraron a Myst, completamente estupefactos. Su cuerpo no sangraba y ni siquiera tenía heridas de bala. Otro de los hombres volvió a disparar, como si quisiera comprobar que lo que sus ojos habían visto la primera vez no había sido una ilusión. Esta vez, la bala la atravesó a la altura del hombro antes de acabar en la misma pared que las otras.
Entonces, Myst desapareció. Su cuerpo se desvaneció por completo. Si te fijabas con muchísima atención, sabiendo lo que debías buscar de antemano, podías apreciar una acumulación de humo blanco según se iba desplazando por la habitación, pero los guardias no conocían ese dato, así que se dedicaron a girarse hacia todos lados, buscándola sin hallarla en ninguna parte, con las pistolas en ristre.
Myst volvió a materializarse detrás del primer tipo que le había disparado, que era el más grande y le sacaba casi dos cabezas. En esta ocasión, llevaba una daga en la mano derecha. Con un movimiento fugaz, se agachó y le cortó al tipo los tendones de la parte trasera de ambas rodillas, haciéndolo caer hacia adelante, incapaz de sostenerse sobre sus piernas. El alemán empezó a gritar (no podíamos oír nada, pero era obvio por el movimiento de sus labios y por el gesto de profundo dolor de su rostro) y los otros dos se giraron a la vez, con las escopetas en ristre. Pero para entonces, Myst había vuelto a convertirse en humo blanco.
Los guardias observaron a su compañero caído, con la cara deformada de terror y rabia. Luego, uno de ellos empezó a disparar al aire, intentando acertar un objetivo invisible, pero fue en vano.
Mientras perdía el tiempo de esa manera, el humo blanco volvió a condensarse a su espalda, hasta formar la conocida figura femenina. Volvía a tener la daga en la misma mano. Esperó hasta que el alemán se girara para quedar frente a ella, con el arma preparada. Él tardó en reaccionar, sorprendido ante su repentina aparición, y ella aprovechó para desviar el cañón del arma que él cargaba de la trayectoria de su cuerpo  y clavarle la daga en el pecho.
Por suerte para el guardia, Myst tenía un desarrollado sentido de la moralidad, derivado de su educación como una niña buena en un hogar acogedor con una familia agradable (al menos, así fue durante gran parte de su infancia). Por eso, tenía importantes reparos en matar a la gente, a menos que supiera con seguridad que estaba obrando adecuadamente al hacerlo. Por ejemplo, si el tipo era asesino o violador.
Ante aquellos alemanes secuestradores, al no disponer de suficientes datos para saber si merecían o no la muerte, les estaba causando heridas graves, que los incapacitarían, pero de las que podrían salvarse si eran atendidos pronto por un médico.
El lugar en el que le clavó el arma al segundo era un sitio muy específico. Bajo aquella zona de piel, no había ningún órgano vital, solo un par de venas y arterias poco importantes, que le producirían una pérdida de sangre abundante, pero que no le harían morir desangrado pronto.
Tras extraer la daga, volvió a desvanecerse en el aire.
El tipo cayó al suelo de rodillas, inspiró hondo y comenzó a imitar a su compañero, uniéndose al concierto de gritos. El último alemán echó un último vistazo alrededor, claramente aterrado ante la visión que estaba contemplando. El humo blanco se acercaba a él, buscándolo para acabar con la molestia que suponía.
Pero, antes de que Myst lo alcanzara, el guardia tiró el arma al suelo, levantó ambas manos hacia el techo, y se marchó corriendo por el pasillo por el que había llegado mi salvadora, dando alaridos.
Ella se materializó de nuevo y observó al hombre huir, con una expresión de sorpresa, que pronto derivó a alivio. Sonreí. Myst, siempre tan bondadosa. No había deseado hacerle daño a ninguno de ellos, pero ellos habían sido los que nos habían hecho daño primero, secuestrándome. Solo estábamos defendiéndonos, y nos habían enseñado a hacerlo de modo que nuestro enemigo no pudiera seguir presentando batalla, ya fuera por incapacidad o por miedo. El último en pie sobrevivía.
Sin detenerse más en aquella habitación, Myst pasó entre los cuerpos de los guardias caídos, que la miraron con el odio pintado en la mirada, y siguió andando. Al llegar al siguiente pasillo, extrajo de alguna parte un pequeño aparato electrónico y miró durante un momento la pantalla. Luego, siguió andando, acercándose paso a paso a la habitación donde nos encontrábamos.
-          Dios… mío – musitó Clark.
Me giré hacia él. Lo cierto era que me había olvidado por completo de su presencia mientras contemplaba a Myst librarse con facilidad de sus atacantes. Si antes había parecido asustado e impresionado, ahora estaba casi en estado de shock.
-          Ya te lo dije – repliqué, encogiéndome de hombros.
-          Pero… No… No es posible – susurró. - ¿Cuándo se convirtió la amada de mi hermano en un monstruo? – había cierta nota acusadora en su tono.
-          Supongo que cuando él la destrozó – ni siquiera yo pude ignorar la furia latente en mi voz. – Es difícil ser feliz cuando los demás te hacen tanto daño.
-          No lo culpes a él. – Clark se giró hacia mí, enfrentándome directamente, nuestros cuerpos tensos. Sus puños estaban cerrados y, por un segundo, pensé que intentaría atacarme, llevado por la rabia.
Aunque hubiera tenido la capacidad de estremecerme de miedo, no lo habría hecho en aquella situación. Sabía con certeza que era capaz de encargarme de Clark, por muy furioso que pudiera estar. No podía resistirse a la voz del súcubo y era superior a él en la lucha física. Precisamente por eso me extrañó, habiendo visto de qué era yo capaz, que se atreviera a desafiarme de ese modo, como si no me temiera.
Entrecerré los ojos.
-          Deja el espectáculo para luego, novato. – Susurré.
Él me miró, aún enfadado y sin comprender, pero antes de que pudiera decir ni una palabra, la puerta de la habitación se abrió de golpe. Ambos nos giramos hacia ella, aun con la tensión en nuestros cuerpos.
Allí, parada en la puerta, estaba Myst, apoyada en el marco y con las cejas enarcadas en una expresión que auguraba un montón de preguntas ante la situación que estaba contemplando.
Aun sabiendo que probablemente me esperaban largas horas de explicaciones, y reproches por su parte, sonreí, alegre de verla.
-          Bienvenida a casa, cariño – exclamé, imitando la voz del ama de casa que lleva todo el día esperando a su marido. Una comedia de situación en la que nunca ocurría nada anormal, todo lo opuesto a nuestra vida y, en concreto, a la situación que se estaba desarrollando en ese instante.
Myst bajó la vista al suelo y vi que intentaba contenerse, pero al fin acabó riéndose entre dientes al entender mi chiste. Después, suspiró, un sonido que denotaba todo su cansancio.
-          Nox, maldita sea, ¿en qué mierda andas metida? – esa fue su primera pregunta. Luego, clavó la mirada en mi acompañante y su gesto se convirtió en una fría máscara inexpresiva. - ¿Y qué coño hace él aquí?





lunes, 11 de febrero de 2013

Pero... no puedo perderte (otra vez, no).


7/Noviembre


Annalysse Tyler (Myst)



Tumbada en la cama, me quedé parada el punto y final de la historia antes de cerrar el libro y dejarlo a mi lado. Observé el techo sin mover un solo músculo, respirando lentamente, perdida en las emociones que siempre me acompañaban cuando terminaba un buen libro.
Los finales eran algo que odiaba y amaba al mismo tiempo y, cuando llegaba el momento de leerlos, siempre tardaba unos minutos en reponerme de ellos. Tenía que quedarme quieta, respirar hondo y esperar hasta calmarme, mientras me embargaba la emoción. Sobre todo, ante los finales felices. Cuando leía los tristes, no podía evitar que se me escapara una lágrima solitaria, un silencio tributo a unos últimos párrafos que me ponían el vello de punta.
En esta ocasión, el final había sido feliz, así que solo me quedé mirando el techo, repasando la historia, sus líneas, sus personajes. Reviviendo a cámara rápida los cientos de páginas de la obra hasta llegar a su fin. Sonreí sin poder evitarlo.
Cuando superé ese estado de emociones contradictorias de felicidad y tristeza, de euforia y nostalgia, me levanté de la cama. Solo entonces me di cuenta de que el reloj de la mesilla de noche marcaba las 22:17.
Fruncí el ceño, extrañada. Hacía casi dos horas que Sam se había marchado. Si había ido a comprar café, tal y como me había dicho, ¿cómo es que no había regresado aún? Sí, la tienda estaba un poco lejos, pero aun así, eran solo un par de manzanas y era imposible que hubiera tardado más de media hora.
Quizá hubiera cola en la tienda. Pensé para mí misma.
Luego, descarté la idea. Incluso estando llena, no podría haberse retrasado tanto. Dos horas eran demasiada espera y Sam no era tan paciente.
Tenía que haber ido a otra parte. Pero, ¿a dónde? ¿Y por qué no me había dicho nada? Es decir, ella siempre me contaba las cosas, lo que hacía. Simplemente, para evitar que me muriera de preocupación por no saber dónde estaba. Ya había pasado por eso una vez; sufrido la terrible angustia de la espera infinita, de quedarte sentada mirando las agujas del reloj en su interminable recorrido deseando oír la puerta abriéndose en el completo silencio de la noche. Y la persona a la que yo había estado esperando nunca llegó.
Por eso Sam siempre me decía a donde iba y casi nunca se retrasaba. Sabía lo horrible que sería para mí que se volvieran a repetir los sucesos de aquella noche.
¿Dónde está? ¿Le habrá pasado algo malo?
Me levanté, inquieta, y fue al salón. No había ni rastro de su presencia, por descontado.
Pensé posibles soluciones de manera casi frenética. Quizá se estaba alimentando. Hacía… Hice un rápido cálculo mental de los días que habían pasado. Seis. Se había alimentado por última vez hacía seis días. Así que tenía que estar empezando a sentir hambre.
Quizá por una vez había sido sensata y se había alimentado antes de llegar al límite de su resistencia física. Habría encontrado una buena presa y estaba con él en algún portal oscuro y poco transitado, disfrutando de la cena que todo súcubo necesita de vez en cuando.
El nudo de mi estómago sabía que esa posibilidad era una mentira. Sam no se estaba alimentando.
Nunca lo hacía por su cuenta, siempre tenía que arrastrarla conmigo y obligarla. Parecía probarse así misma aguantando hasta el final. Aunque dudaba que esa fuera la razón por la que lo hacía. Más bien… era algo relacionado con su pasado. Con su horrible pasado, del cual nunca hablaba. Y que, cuando le preguntaba sobre él, esquivaba el tema y pasaba a otro asunto sin ni siquiera molestarse en disimular que lo estaba haciendo.
Pero, si no se estaba alimentando, ¿qué la estaba retrasando tanto?
Me tuve que sentar en el suelo, con la espalda apoyada en la pared y la respiración jadeante. Sentí cómo los bordes de mi conciencia se volvían borrosos a medida que el mareo se acentuaba y la ansiedad me invadía por dentro.
Le ha pasado algo malo. Dios mío, le ha pasado algo malo.
El pensamiento se repetía en bucle una y otra vez en mi cabeza. Apoyé las manos en el frío suelo y me destrocé las uñas apretándolas contra él. Reposé la cabeza en la pared.
Tras unos segundos de dejarme llevar por el pánico, me obligué a mí misma a serenarme. Tenía que tranquilizarme. Me aferré a los escasos retazos de cordura que quedaban más allá del ataque de ansiedad y me impulsé hacia la superficie. Inhalé y exhalé lentamente, centrando toda mi atención en el compás de mi respiración.
Si le había pasado realmente algo malo a Sam, no le ayudaría en una puta mierda quedándome tirada en el suelo, paralizada por el terror. Tenía que levantarme y ayudarla, fuera lo que fuera lo que estaba pasando.
Esta vez, tenía que llegar a tiempo para salvarla.
No estaba dispuesta a perder a otra persona importante de mi vida de nuevo. No cuando ahora tenía la fuerza suficiente para evitarlo.
Me puse en pie apoyándome en la pared. Me movía despacio, aun temblorosa tras el ataque de ansiedad. Me senté en el sillón y encendí el portátil, que seguía en donde yo lo había dejado antes.
El reloj del salvapantallas marcaba ahora las 22:29. Y Sam seguía sin volver.
Tecleé una serie de códigos en el programa. Esperé un par de segundos. Después, un detallado mapa de la ciudad ocupó toda la pantalla. En él, se encontraban todos los edificios, parques y demás lugares de la ciudad en la que vivíamos. También podía alejar un poco el zoom y ampliar el radio más allá de esos límites, hasta abarcar incluso todo el país.
El punto rojo parpadeante destacaba en el entramado de calles que se encontraban dibujadas ante mis ojos. Busqué la dirección el que se encontraba. Se desplazaba por una calle a unos 31 kilómetros de nuestra casa, a una velocidad que me hizo suponer de inmediato que estaba en un medio de transporte con ruedas.
Como por ahí no pasaba ningún metro, debía estar en un coche, una moto o un vehículo similar. Sam no tenía uno, porque no lo necesitábamos. Yo me podía desplazar de una manera mucho más rápida que sobre ruedas.
-          Mierda, Sam – susurré, sin quitarle la vista de encima al punto rojo que se alejaba de mí en el mapa. - ¿En qué lío te has metido?

***

Jack Dawson (Boom)



Cerré la puerta de un portazo, sin ningún cuidado. Con un resoplido, dejé el abrigo en el perchero del recibidor y las llaves en la pequeña mesa.
Tenía unas ganas enormes de comer cualquier cosa, meterme en la cama y no salir en muchos días. Acababa de tener una de las malditas reuniones con los jefazos, en las cuales me habían dicho simplemente cosas que ya sabía.
Tienes que encargarte de ella... Es peligrosa… Contamos contigo… Buena remuneración…
Bla bla bla. Iba a hacerlo de cualquier modo, así que poco importaba toda aquella cháchara insustancial. Era mi obligación como parte de la organización servir a los propósitos comunes… y sin rechistar.
Pero eso no significa que me gustara. Había salido de la reunión muy tarde, pasadas las once, con hambre y sin ganas de salir de nuevo. Así que esa noche no podría disponer de mi desahogo sexual rutinario y mi mañana de recuerdos y sufrimiento.
Llevaba cuatro noches sin hacerlo y me estaba pasando factura. Los matices de mis recuerdos de Annalysse se emborronaban poco a poco. Pero seguía echándola de menos con igual intensidad que siempre.
Suspiré y aparté esos pensamientos. Estaba realmente harto de ahogarme en la auto-compasión, pero no encontraba ningún modo para salir de ella.
-          ¿Clark? – llamé, en voz lo suficientemente alta para que él me oyera desde su habitación.
No hubo respuesta.
Con un bufido, me dirigí a la cocina, suponiendo que mi hermano pequeño estaba, como siempre, sumergido en su ordenador, con los cascos anclados a sus orejas y la música demasiada alta para escuchar una explosión nuclear en la calle de enfrente.
Tras zamparme un croissant con mantequilla y medio paquete de galletas saladas, me encendí un cigarrillo. Al menos, todavía podía contar con la nicotina. Introduje tanto humo como pude en mis pulmones, disfrutando de ese pequeño placer con los ojos cerrados.
Eso también me la traía a la cabeza, pero de una forma oscura. Había empezado a fumar tras separarnos, sustituyendo la obsesión que sentía por ella por otra mucho menos satisfactoria. Ya que no podía besarla, tocar cada centímetro de su cuerpo, decidí matarme cigarro a cigarro, calada a calada. Realmente, había salido perdiendo con el cambio, pero era todo cuanto podía hacer.
Ella ya estaba demasiado lejos de mí. Pero seguía sin ser capaz de olvidarla y seguir adelante.
Me terminé el cigarro poco tiempo después, aun con su recuerdo en la mente. Dejé escapar el humo que se había quedado almacenado a mi alrededor por la ventana, tiré la colilla al cenicero y me fui a molestar a mi hermano.
Por lo menos, hablar con él me reconfortaría ligeramente, que era todo lo que podía pedir en ese momento. Clark era lo más importante que tenía.
El corazón se me detuvo durante una fracción de segundo en el pecho cuando llegué al vano de la puerta y descubrí que no se encontraba dentro de la habitación. No estaba sentado frente al ordenador, aporreando el teclado y moviendo el pie al son de la música.
Tampoco estaba tirado en la cama, jugando a la consola o leyendo.
Simplemente, no estaba.
Me moví todo lo rápido que pude hasta el baño, que estaba igual de vacío.
Poco a poco, la desesperación y la angustia me asfixiaron. Revisé cada lugar de la casa, en busca de una nota o una pista de su paradero. Pero no me había dejado ningún mensaje. Se había marchado, simplemente, sin molestarse en decir a dónde.
Y no había vuelto. Aun, me obligué a añadir.
Me senté en el sillón, intentando pensar con calma. Podía haber salido a pasear sin más. Quizá incluso había conocido a alguien por internet y quedado con él. Quizá incluso fuera un ella.
Siempre había odiado que mi hermano no tuviera amigos. Sentía que esa carencia era mi culpa, por no cuidar de él como era debido. Que por eso vivía tras la pantalla del ordenador, alejado del mundo real.
Esperé un montón de minutos, que en realidad no llegaron a ser ni cinco. Luego, incapaz de permanecer por más tiempo sentado, empecé a recorrer el salón de punta a punta. Me fumé dos cigarros más, uno tras otro, intentando serenarme sin conseguirlo.
A las once y media, sin Clark habiendo atravesado la puerta, me desesperé por completo. Cogí el móvil, lo apreté contra mi oído y llamé a todo el que pudiera ayudarme.
Por desgracia, la lista de persona no era muy larga. Pero tenía que hacer algo, cualquier cosa, por encontrarlo. No podía perder también a Clark. Si no, mi vida ya no tendría razón de ser. Si Clark moría, yo también lo haría. De inmediato.

sábado, 9 de febrero de 2013

Una y otra vez, complicando nuestras vidas.


7/Noviembre


Clark Dawson (Flames



Estaba apoyado contra la fachada del edificio de enfrente, oculto por las sombras de la noche que se cernía sobre la ciudad y del toldo que colgaba sobre mi cabeza, esperándola. Mantenía una aparente postura relajada, aunque dentro de mí la sangre cada vez bullía con mayor rapidez debido a la excitación que me vibraba en los huesos. Mi vida había pasado de ser un completo aburrimiento, monotonía un día tras otro, a verme envuelto en un enorme lío, intentando salvar la vida de mi hermano tanto de un modo físico como mental, pues quedaría devastado si llegaba a enterarse de que era la mujer de la que seguía enamorado a la que tenía que matar; y, por otro lado, me sentía irremediablemente atraído de una forma que iba contra toda lógica por una mujer a la que apenas conocía y a la que quería ver aparecer lo antes posible.
Casi como si fuera capaz de oír mis pensamientos desesperados, Nox abrió en ese momento la puerta del portal del edificio y me miró a través de la calle desierta, con una media sonrisa dibujada en su bello rostro. Vestía de forma informal, una sudadera amplia de color negro con capucha y unos vaqueros sencillos, pero seguía estando tan sensual como siempre, aunque la ropa no resaltara en especial su atractivo. Simplemente… era como una sustancia que desprendía. Si el erotismo tuviera un aroma concreto, esa hubiera sido la fragancia de Nox. Las compañías de perfumes hubieran pagado millones por poder embotellar ese olor que poseía ella de forma natural y que me enloquecía, al igual que al resto de los hombres que se hallaban a su alrededor. Todos la observaban al pasar, muriéndose por estar con ella.
¿Qué coño hay en ella que nos produce ese efecto? Éramos las ratas acudiendo a la llamada del flautista de Hamelin. Una sonrisa suya y ya caíamos sin remedio en sus redes.
Me obligué a mantener mi postura relajada mientras ella se acercaba con un paso alegre y despreocupado, hasta detenerse a mi lado, también dejando que las sombras de la noche ocultaran su rostro ante posibles miradas indiscretas.
-          Así que has vuelto – dijo ella con una sonrisa de bienvenida cordial.
Asentí. Ella me hizo un gesto, señalando uno de los callejones secundarios entre edificios que estaban casi desiertos a esa hora de la noche y en los cuales estaríamos protegidos de miradas indiscretas. La seguí hacia allí, en silencio.
Entonces, me di cuenta de algo. Aunque sus gestos eran los de una persona corriente, había algo que le faltaba sus expresiones. Una chispa de… vitalidad. Parecía menos humana que el resto, menos real en sus reacciones. Por ejemplo, en aquel momento, la sonrisa que mostraba no le llegaba realmente a los ojos. Era una mueca, preciosa, sí, pero solo un gesto vacío. No había calidez en su mirada, ni alegría. Solo… una tranquila indiferencia.
Por un momento, me recordó a un robot, automático y sin vida.
Aparté la idea de mi mente con rapidez y me centré en el tema que había venido a traer.
-          Te traigo noticias. Malas noticias – informé con rapidez.
-          Lo suponía. – Metió las manos dentro de los bolsillos del abrigo y me miró, enarcando una ceja, expectante. – Cuéntame.
-          Los de Skótadi quieren cargarse a An… Myst – me corregí de inmediato.
Nox entrecerró los ojos y, por un momento, la sombra de una emoción se reflejó en ellos. Aunque no la pude reconocer por completo, pues desapareció casi al instante, era algo similar a una furia abrasadora calentada a fuego lento, a un paso de derivar en odio puro y duro.
Pero la expresión se borró de su cara y volvió a permanecer ese gesto de indiferencia tan característico de ella. Hizo aquel extraño tic que la había visto hacer otras veces: recorrer su labio inferior con la lengua.
-          Dime algo que ya no sepa – replicó ella. Su voz no mostró ningún matiz en especial, quizá solo un ligero sarcasmo instintivo.
Me quedé callado durante unos cuantos segundos, que se eternizaron en un incómodo silencio entre los dos. Mientras pesaba qué decir y qué palabras usar con exactitud, me fijé en el arco de su cuello, en el profundo color verde de sus ojos y en sus manos, que en ese momento se colocaban el pelo correctamente sobre la espalda y el hombro derecho.
Me acerqué un poco más a su cuerpo de manera casi refleja, como respondiendo a una llamada que no había sido formulada. Ella me miró a los ojos con fijeza, sin ningún tipo de pudor o incomodidad por el largo contacto visual o por el silencio que se alargaba más y más. Sentí el irracional impulso de elevar la mano y acariciarla el rostro, su suave piel… o de besarla. Cada vez sentía más deseos de probar sus labios, un acto que sentía más y más ganas de llevar a cabo cuando más tiempo pasaba tan cerca de su cuerpo.
Me obligué a volver a recostarme contra la pared, en el medio del callejón, en la misma postura que tenía antes. Coloqué las manos tras la espalda, para evitar realizar algún movimiento del que, con seguridad, me arrepentiría en el futuro. Nox pareció captar mis intenciones, porque imitó mi gesto. Los dos quedamos hombro al lado de hombro, con nuestros cuerpos separados por un trozo de pared de unos cuantos centímetros y una cantidad de aire que no podía considerar como suficiente.
Todos mis sentidos la percibían por completo. Ella era mi realidad en aquellos momentos.
-          Quieren que se encargue el mejor asesino que tienen – continué finalmente, rompiendo el espeso silencio que se había creado. Asintió, alentándome a terminar con todo lo que tenía que decir antes de responderme. – Y esa persona es… mi hermano.
-          ¿Jack? – el nombre escapó de sus labios como una maldición.
-          Sí. Puesto que su habilidad le permite matar simplemente mediante el contacto físico, es la mejor baza que tienen contra ella… contra vosotras.
Nox levantó la mirada, dirigiéndola ahora hacia las estrellas que empezaban a titilar en el cielo nocturno sobre nuestras cabezas. La luna estaba en cuarto menguante, desapareciendo lentamente de nuestra visión después de haber estado llena por completo hacía apenas tres noches.
-          Pues vaya mierda. – Bufó finalmente Nox. Se llevó una mano a la cabeza y se restregó los ojos como si estuviera cansada.  – No podemos permitirlo.
-          Lo sé. Saber que Myst está viva, que ahora es una asesina y que está en Tánatos, destrozaría a Jack.
Nox emitió un sonido similar a un gruñido bajo, con un claro carácter de disgusto.
-          Me da igual tu hermano. A mí lo que me preocupa es que Myst también sufriría con el encuentro. Y que probablemente lo hiciera aun más si tuviera que matar a tu hermano por intentar tratar de hacerle daño.
-          ¿De verdad crees que ella trataría de asesinar a mi hermano? – repliqué mordazmente.
Indudablemente, la relación entre ellos había tenido un resultado desastroso y catastrófico para ambas partes, y sí, Myst estaba lo suficientemente enfadada y dolida como para amenazar la vida de Jack la vez que habíamos hablado en el aparcamiento de la discoteca, pero dudaba mucho que realmente fuera capaz de hacerle daño. Entre ellos había habido algo muy fuerte, muy poderoso, una de esas historias de amor increíbles que hacen temblar a los corazones, aunque su final no hubiera sido el propio de un cuento de hadas.
-          No, seguramente no. Myst sigue teniendo una gran compasión y un montón de valores morales que le impiden matar a gente sin que haya razones de peso – Nox giró el cuerpo de pronto, de modo que su cara quedó frente a la mía. Su gesto era gélido, duro, y en él se reflejaba la amenaza que impregnaba el tono de su voz. En ese momento, mostraba esa parte de sí misma que no era sensual e incitante. Justo en ese instante, Nox era un peligro andante. – Ella no sería capaz, pero yo sí.
Retrocedí ante la frialdad de su voz y el mensaje de sus palabras, que se estrelló contra mi cerebro una y otra vez. Estaba amenazando abiertamente a mi hermano. Eso era lo que querían decir. Y no me cabía ninguna duda de que ella sería capaz de hacerlo, de quitarle la vida sin ningún remordimiento posterior, porque lo leía en sus facciones duras e insensibles. Ahora sí parecía un robot inhumano, sin sentimientos ni una ética que cuestionara sus actos.
-          ¿Matarías a Jack? – susurré, pero mi voz resonó en el silencio de la noche como un grito aterrado.
Ella me contempló con evidente indolencia.
-          ¿Si con ello evitaría que le hiciera daño a Myst? Sin dudarlo instante – replicó en el mismo volumen. También sus palabras se convirtieron en un sonido ensordecedor en mis oídos, mientras un millón de escalofríos me recorrían el cuerpo. Sentí mucho frío y unas intensas ganas de salir corriendo.
Me di cuenta de que estaba en una piscina demasiado profunda y que no llegaba al fondo con los pies. Tampoco sabía nadar. Me había creído capaz de tirarme justo en el centro, en la parte más honda, y salir a la superficie por mis medios, pero ahora descubría que no, que el agua estaba embravecida y que, si las cosas no cambiaban de rumbo, pronto acabaría ahogado. Retrocedí un poco y Nox dio otro paso, manteniendo la distancia entre nosotros, sin aumentarla ni disminuirla. No iba a dejarme escapar tan rápido. Yo debía de tener toda la pinta de un ratoncillo asustado que huiría del gato devorador a llorarle a mi papá. O, en este caso, a mi hermano. A Nox no le interesaba en absoluto que yo le contara una sola palabra a Jack de lo que había estado haciendo últimamente, pues eso arruinaría el elemento sorpresa con el que contaba mediante la información que le había suministrado.
Y ya lo había dicho de manera clara. Haría cualquier cosa por protegerse a sí misma y a Myst. Matar incluido.
El terror me erizó el vello.
-          ¿También vas a matarme a mí, Nox? ¿Aquí y ahora? – pude preguntar. La voz me sonó ronca, porque tenía la garganta seca del miedo.
Tanteé mis bolsillos en busca del mechero que debía estar escondido en alguna parte… Necesitaba aquel maldito objeto ya…
Lo encontré en el bolsillo trasero. Sentí su forma contra mi mano y casi suspiré de alivio.
Nox ladeó la cabeza, evaluándome. Su mirada me recorrió de arriba abajo, buscando puntos débiles, cavilando sus alternativas, revisando posibles soluciones al problema en el que me había convertido.
Su expresión indiferente no varió ni un por un segundo. Podría haber estado pensando en el almuerzo del día siguiente tanto como en mi muerte.
-          No quiero matarte. Eres una buena fuente de información. Y bastante guapo, aunque quizá un poco desgarbado para mi gusto – se pasó la lengua por el labio inferior, repitiendo otra vez su extraño tic. – Pero… lo haré si no me queda más remedio – la inflexión en su tono de voz no cambió. Solo constataba un hecho. El mismo tono con el que otra persona podría haber dicho “mañana amanecerá de nuevo”. Una sentencia invariable, no una opinión.
-          Preferiría que… no me mataras – susurré, bajando la mirada.
Lentamente, ella asintió. Abandonó su tensa postura que auguraba combate y volvió a recostarse contra la pared, con una tranquilidad tal que parecía no haber pasado nada fuera de lo normal. Como si no hubiera amenazado con asesinarnos a mi hermano y a mí.
Ahora, una vez el monstruo sanguinario y cruel había hecho su trabajo, había vuelto a desaparecer y frente a mí solo estaba la preciosa chica encantadora de siempre, todo sonrisas y calidez falsa. Pero ahora ya no picaría tan pronto el anzuelo. Sabía demasiado bien que, bajo aquella atractiva fachada de perfección angelical, se encontraba una bestia carente de sentimientos y capaz de cualquier cosa para garantizar su seguridad.
-          Bien. Entonces, mantén la boca cerrada, ¿de acuerdo? – ella cerró los ojos y se centró en los sonidos que nos rodeaban. – No le digas nada a tu hermano. No le hables de mí, ni de lo que hemos hablado aquí. No le hables de Myst. Ni siquiera menciones que sabes cualquier cosa sobre esto. ¿Queda claro?
-          Sí – asentí sin voluntad, dispuesto a decir cualquier cosa por escapar de allí de inmediato. No sabía cuánto más iba a poder tratar con la persona racional antes de que volviera a emerger el monstruo letal.
-          ¿Sabes? No me pareces muy convencido – se movió tan rápido que no supe que lo estaba haciendo hasta que se quedó parada frente a mí. Era varios centímetros más baja que yo, pero compensaba su estatura con el aura de poder que la rodeaba. Tomó mi cara entre sus manos, pequeñas y delicadas en apariencia, pero más fuertes de lo que parecían.
Por alguna razón, me vi forzado a clavar la mirada en sus ojos, aunque, realmente, no quería. Tenía la intuición de que había algo en ellos muy peligroso, que hacía perder la razón a aquellos insensatos que caían en el abismo de sus pupilas. La última vez que había venido a hablar con ella, había estado a punto de perder por completo el dominio de mí mismo y ese suceso tenía alguna relación con el poder que manaba de sus ojos verdes.
-          Acatarás todas mis órdenes, ¿queda claro? – repitió. Sin embargo, esta vez sonó con más fuerza, directamente sobre mi sangre y cerebro, introduciéndose hasta la médula en mi cuerpo. Sus palabras se quedaron grabadas a fuego en mi interior, una prohibición imposible de incumplir.
El control abandonó mi cuerpo, que se relajó de inmediato. Dejé de sentir miedo y de preocuparme por su cercanía. Ya no me importaba que quisiera hacerle daño a mi hermano, porque estaba bajo el dominio de sus ojos y su voz cautivadora e hipnótica. Su palabra era ley y la cumpliría bajo cualquier condición.
Nox sonrió y volvió a pasarse la lengua por el labio inferior.
-          Ahora sí estoy segura de que harás lo que te he dicho – con un asentimiento, me soltó y retrocedió un paso.
Me liberó de su control. Me tambaleé, recuperando la conciencia de mis acciones después de los pocos segundos en los que había sido su marioneta. Sus órdenes aun estaban en mi subconsciente y supe con certeza que, por mucho que lo deseara, no podría incumplirlas nunca. Ahora eran para mí tan ineludibles como el principio de la gravedad.
-          Eso no era necesario – gruñí, enfadado.
-          Sí, lo era. – Entrecerró los ojos. – No puedo fiarme de ti.
Antes de que pudiera responder, una serie de acontecimientos sucedieron tan rápido que mi cerebro no pudo procesarlos mientras ocurrían, aunque se encargó de grabarlos cuidadosamente para que pudiera analizarlo todo después y entenderlo.
Tres hombres surgieron de la nada a la espalda de Nox. Ella se giró con rapidez y los observó con su mirada crítica. Uno de ellos se lanzó hacia adelante, intentando sujetarla, mientras otro empuñaba una bolsa negra para taparle la cabeza.
Nox se volvió hacia mí. Por una vez, en sus facciones se reflejó una emoción casi natural, no fingida. Una rabia burbujeante que arrasaba todo a su paso.
-          ¡Me has traicionado! – rugió con furia.
Sin darme tiempo para desmentir sus palabras, un brazo surgió por detrás de mí y me rodeó el cuello, impidiéndome hablar y llevándome al borde de la asfixia, pero sin ahogarme por completo.
El primero de los hombres llegó hasta Nox y la rodeó con los brazos, pero, surgida de Dios sabe dónde, Nox hizo aparecer una daga del tamaño de la palma de la mano y se la clavó en el estómago, primero, y en una de las piernas después. El hombre, que era una enorme mole de rasgos nórdicos, vociferó de dolor y la soltó mientras caía al suelo.
Yo no me moví, incapaz de reaccionar. Había oído la acusación de Nox, pero no había sido capaz de entenderla. Solo contemplaba, extasiado, el modo en el que ella se movía, luchando por su vida.
Los dos hombres restantes corrieron en auxilio de su compañero caído, que aún llevaba la daga clavada en el muslo derecho y gemía de dolor. Nox esquivó el puñetazo del primero de ellos y se lo devolvió, golpeando su mandíbula con una fuerza sorprendente para una mujer de su tamaño. Hizo surgir otra daga de un sitio que no fui capaz de ver, quizá de debajo de la sudadera, y atacó al tercero de los hombres, que esquivó el arma por muy poco.
El segundo volvió a arrematar contra ella, intentado arrebatarle la daga, pero ella lo evitó con un movimiento fluido. Giró sobre sí misma y, en medio del movimiento, levantó la pierna y le asustó una patada a su atacante.
La maniobra falló al final, porque su compañero la empujó con fuerza contra la pared, reteniéndole ambas manos contra la fría piedra e imposibilitando que pudiera usar la daga de nuevo. Ella gruñó en voz baja, cada más con más furia en el semblante, e intentó liberarse, pero el tipo era igual de grande que el otro al que Nox había apuñalado y no pudo salir de su sujeción. La obligó a dejar caer la daga al suelo apretándole la mano con fuerza.
Entonces, ella dejó de luchar y, por un segundo, me sentí decepcionado. Mi parte racional yacía adormecida, demasiada impresionada por los sucesos que se desarrollaban ante mis ojos.
Cuando el hombre que la sujetaba sintió que dejaba de resistirse, aflojó levemente su presa. Ella aprovechó la oportunidad y, con un movimiento fulgurante, impulsó la cabeza hacia delante. El chasquido resonó en la noche como un eco, acompañando las quejas del que tenía las dos puñaladas en su cuerpo. El tercer hombre tenía ahora la nariz rota y esta le sangraba profusamente. Soltó a Nox y maldijo en voz baja, en una lengua extranjera que no reconocí.
El único de los tres atacantes que quedaba que no estaba herido saltó sobre ella como un guepardo en plena caza y la derribó. Quedó encima de ella, sujetándole los brazos a ambos lados del cuerpo, sobre la cabeza, y las caderas sobre las suyas, en una posición que en otra situación no habría relacionado con una lucha, si no con la pasión sexual.
Nox se quedó quieta, sin retorcerse, y suavizó la expresión.
-          Suéltame – musitó con una voz suave como la seda y dulce como la miel. Una voz provocadora, tentadora e hipnótica, que producía escalofríos de placer. Yo respondí a sus palabras y me hubiera caído al suelo, de rodillas, dispuesto a obedecerla sin demora si no hubiera sido por el individuo que me tenía sujeto por detrás.
Sin embargo, el hombre que la sujetaba no reaccionó, ni tampoco lo hizo mi captor. El primero la miró fijamente, sin inmutarse por su poder. Por un segundo, pensé que debían tener una habilidad sobrenatural que les permitiera escapar del hechizo de Nox, pero, tras fijarme cuidadosamente, me di cuenta de que llevaba en los oídos unos pequeños objetos negros. Tapones. No habían escuchado su voz; por eso habían podido resistirse a sus órdenes.
Ella también se dio cuenta y murmuró una maldición. Trató de quitarse de encima al que la tenía agarrada, pero este había aprendido de los errores de su compañero y se aseguró de no repetirlos, manteniéndola bajo control en todo momento y sin acercarse demasiado a la bestia peligrosa que era aquella mujer.
Otros cuatro hombres llegaron al callejón. Todos vestidos de negro. Me miraron con sorpresa y luego hablaron entre sí, de nuevo en aquel idioma que yo no entendía. Finalmente, uno de ellos se acercó a Nox y, antes de que ella pudiera hacer nada para evitarlo, le colocó una mordaza, mientras el que la tenía aplastada bajo él le esposaba las manos.
La levantaron entre los dos. Ella se resistió un poco más, presentando batalla hasta el final, pero no le sirvió de nada. Eran cinco y ella estaba sola, pues yo aun permanecía agarrado por un hombre cuya cara ni siquiera había visto antes de que me derrotara sin dificultad.
Uno de los hombres recién llegados se acercó a mí y me contempló con evidente duda. Le hizo una seña a su compañero, que llevaba puesto los tapones, y este me esposó las manos, que mantenía sujetas con su otro brazo, por detrás, como habían hecho con Nox, liberándome al fin de la presa de su brazo alrededor de mi cuello.
Lo último que vi fue cómo otro de los tipos le ponía a Nox una bolsa en la cabeza. Luego, hicieron lo mismo conmigo.