(Si acabas de llegar, debes saber que la historia sigue un orden. Empieza por la primera entrada subida y vete avanzando hasta la más reciente, o te perderás la magia de la historia).


domingo, 8 de diciembre de 2013

My last hope is you (parte II).

18/Noviembre

Annalyse Tyler (Myst



Para cuando llegué a nuestro lugar de encuentro habitual, Sam ya estaba allí. Llevaba el pelo suelto y enredado, como si hubiera salido corriendo sin peinarse. Los tacones descansaban a un lado del banco donde ella estaba sentada, sus pies descalzos acariciando el césped, que empezaba a escasear a esas alturas del año. Sonrió al verme. Llevaba puesto el mismo vestido que la noche anterior, pero había conseguido una sudadera en alguna parte para tapar toda la sangre que debía haber dejado una horrible mancha y el agujero de bala que le había atravesado el pecho. Por el tamaño, estaba bastante segura de que era del licántropo, puesto que no había muchos hombres tan altos y anchos de hombros como él.
Me senté a su lado. Ninguna de las dos dijo nada durante el primer minuto, solo nos quedamos allí mirando hacia el lago que se extendía ante nuestros ojos, enorme y azul, un reflejo exacto del color del cielo sobre nuestras cabezas, que iba oscureciéndose poco a poco, una amenaza de tormenta que ninguna de las dos pasamos por alta. Sam me tendió un café. Ella tenía otro en la mano.
-          Como anoche salimos sin dinero, pensé que quizá necesitaras que te trajera uno – explicó con voz divertida.
-          Tú tampoco tenías dinero – le recordé, enarcando una ceja y aceptando el café. Estaba tibio, pero aun así, sirvió para calentarme las manos heladas. Bebí el primer sorbo antes de que se enfriara del todo, disfrutando del sabor de la cafeína, de su olor amargo, de la energía extra que le daba a mi cerebro.
-          ¿Desde cuándo necesito yo dinero? – replicó Sam. Me lanzó una sonrisa pícara y suspiré, sabiendo que era inútil discutir con ella de nuevo el asunto ético de “no está bien obligar a la gente a darte cosas gratis cuando tendrías que pagar por ellas”. Sabía que Sam era incorregible.
-          Me alegro tanto de que aún respires que no voy a molestarme en darle importancia a eso – le aclaré.
Volvimos a quedarnos las dos en silencio, pero esta vez nuestra mente estaba perdida en los recuerdos y en los miedos de la noche anterior.
-          Pensé que de verdad habías muerto – susurré con voz ahogada.
-          ¿Sabes? Yo también lo pensé – un escalofrío recorrió a Sam. – Creo que llegué a estarlo un par de segundos, pero Kai me salvó a tiempo. Y tú, por supuesto. Gracias por salvarme la vida, Myst – apoyó la cabeza en mi hombro y cerró los ojos.
-          Gracias por no morirte. Y, por favor, a partir de ahora, aléjate de los hombres armados.
-          Haré lo que pueda – prometió y volvió a reírse. En ese momento, me pareció uno de los sonidos más bellos del universo. Dejé que el alivio limpiara todo el dolor de la noche pasada. Estaba viva.
Habíamos elegido precisamente ese lugar de encuentro mucho tiempo atrás, porque estar allí era como alejarse de todo y poder rozar la paz absoluta con las yemas de los dedos, aunque nunca fuera por completo. Era la zona más apartada de un parque donde la mayoría de la gente llevaba a pasear a sus perros. El lago estaba protegido de pescadores, y solo podían transitarlo pequeñas barcas de remo que se alquilaban allí mismo. No llegaba el sonido del tráfico, ni de la muchedumbre que corría calle arriba y calle abajo. Solo el agua meciéndose, el ladrido ocasional de un perro y el viento silbando a través de las hojas que el otoño aún no había secuestrado.
Estando allí, parecía que el minutero del reloj se detenía. Por eso lo habíamos elegido, era nuestro sitio especial para huir del caos que nos rodeaba. Y también era el lugar donde decir las cosas que no queríamos decir en el mundo real, que tratábamos de ocultar, pero seguían existiendo en los recovecos y en las trampillas secretas de nuestros corazones.
-          Anoche no volví a casa.
-          Lo sé. Llevas la misma ropa – señaló ella. Como era habitual, en su voz no había ningún indicio de reproche o burla. Solo las palabras que flotaban en el aire.
-          No quería estar sola. No… no hubiera podido soportarlo. En nuestro piso todo me hubiera recordado a ti.
-          ¿A dónde fuiste? – esta vez sí sonó verdaderamente interesada.
-          Yo… - respiré hondo. – Fui al apartamento de William. Del… detective.
Sam no hizo ningún movimiento. Se queda muy quieta, tanto que parecía que casi había dejado de respirar. Luego, se apartó el pelo de la cara en un gesto inconsciente y repitió el tic al que estaba tan acostumbrada que, a veces, dejaba incluso de darme cuenta de que lo estaba haciendo.
-          Vaya. Y pasaste la noche allí, así que supongo que…
-          Sí – respondí a la pregunta no formulada. Me sonrojé de inmediato, pero Sam no me estaba mirando, sino que mantenía los ojos fijos en las tranquilas aguas del lago.
Lo consideró durante un segundo y después simplemente asintió.
-          Lo comprendo. Pero… sabes que es peligroso, ¿verdad? No puedes confiar en él.
-          Sí… lo sé – musité. Una parte de mí se rompió al pronunciar las palabras, pero la lógica me decía que Sam tenía razón. El detective había intentado llevarme a prisión desde el momento en que nos habíamos conocido y, a pesar de que yo deseaba con todas mis fuerzas que lo que había surgido entre nosotros fuera tan especial para él como había llegado a serlo para mí, descartar la posibilidad de que se tratara de una estratagema para conseguir su objetivo inicial hubiera sido una locura y una insensatez, de esas que pueden costarte la vida. Literal o metafóricamente.
Sam posó la mano sobre mi muslo y me dio un pequeño apretón.
-          Solo… ten cuidado, ¿vale? No le cuentes más de la cuenta. No bajes la guardia.
-          Descuida. Yo también fui entrenada – fruncí los labios. – Supongo que nos enseñaron bien.
-          Sí, eso hay que reconocerlo. Son unos hijos de puta manipuladores y sin corazón, pero saben cómo hacer que unas chicas asustadas e indefensas sean capaces de patearle el culo a todo el mundo. Y hablando de patear culos, ¿qué pasó con nuestro mafioso italiano? Porque nada me haría más feliz que hacerlo otra visita – el tono de Sam se volvió oscuro, afilado y letal como un cuchillo apoyado en el cuello de Manzella.
Me acabé el café y dejé el vaso en el suelo junto al vacío de mi amiga.
-          No tenía fuerzas para enfrentarme a eso, así que llamé al equipo de limpieza. Se deshicieron de los cadáveres, encontraron a la chica y completaron la misión.
-          Oh, joder. Eso significa que ahora les tendremos que dar el 50 %.
-          Ya, son unos estafadores, pero dejaron todo impoluto. Y consiguieron un montón de documentos clasificados de Manzella, y los dejaron junto a él en la puerta de la comisaría. Un regalo de navidad adelanto para nuestro sistema de justicia. Pasará una eternidad en la cárcel.
-          Si no voy a verlo yo primero – por la forma en que lo dije, supe sin duda que Manzella jamás viviría para contar esa visita, pero conocía lo suficiente a Sam para saber que no valía la pena disuadirla. Si quería hacerlo, lo haría, y nada de lo que yo dijera serviría de nada. También tenía su derecho. Al fin y al cabo, por culpa de aquel cabrón había estado a punto de morir.
Una bandada de algunas aves que aún no habían emigrado de la ciudad pasó sobre nuestras cabezas. Ambas levantamos la vista para verlas perderse en el horizonte, volando en busca de un lugar más cálido donde esconderse del frío.
Pensé en la posibilidad de imitarlas. Coger las maletas, llenarlas de las pocas cosas importantes que quedaban en mi habitación y largarme rumbo a cualquier parte, a un país donde no tuviera que enfrentarme al mundo con uñas y dientes para sobrevivir. Pero no podía. Sabía que no podía. Tras vengar la muerte de mi hermana, no me quedaba nada, ninguna razón para salir adelante. Me había centrado tanto es la venganza, en el momento en el que al fin pagaría la vida perdida con las que habían causado mi dolor, que no me había parado a plantearme qué pasaría después.
Cuando no tienes una razón para vivir, tienes mil para morir. Lo había leído en alguna parte, aunque no podía recordar dónde ni cuándo.
Mi razón para vivir ahora era Sam, porque sabía que si la dejaba sola, sería como un león suelto en medio de la ciudad. Demasiado peligroso para su propio bien. Nunca podría marcharme sin ella.
-          Lloré – dijo Sam de pronto. Sentí cómo su cuerpo se ponía en tensión ante la confesión.
-          ¿Qué?
-          Esta mañana. Lloré.
-          No sabía que… podías. Ya sabes, con la ataraxia y eso… pensaba que…
Sam sacudió la cabeza y su pelo me hizo cosquillas en la piel de los brazos. Levantó la cabeza de mis hombros. Dobló las rodillas y las rodeó con los brazos. Cuando habló, lo hizo sin mirarme ni una sola vez.
-          Llevaba dieciséis años sin derramar una lágrima.  Y tienes razón, no debería poder, porque llorar en un sentimiento demasiado intenso para mi corazón estéril.
-          Pero lloraste – apunté, para animarla a continuar con la historia. Sabía que le costaba encontrar las palabras adecuadas, porque para ella describir sus sentimientos era una misión casi imposible, pero no podía dejar que se guardara todo aquello dentro.
-          Sí. Cuando me desperté, yo… pensé que había matado al licántropo. Me sobrealimenté de su energía y estaba tan segura de que estaba muerto, que… lloré. Al principio ni siquiera sabía que estaba pasando… solo me sentía tan horrible, como si todas las desgracias del mundo se concentraran en mi pecho. Quería gritar, esconderme, golpear cosas hasta que me sangraran las manos. Y empecé a llorar sin poder parar. Lágrimas y más lágrimas. Como si estuviera expulsando a través de ellas todas las cosas que no había sentido durante todo este tiempo.
Hizo una pausa. Yo no sabía qué decir, así que no dije nada.
-          No lo entiendo, Myst. No sé qué me pasa. Pero sé que algo anda mal, porque de pronto soy capaz de sentir. Sentí el pánico, frío como el océano Antártico, cristalizar en mi estómago cuando la bala me atravesó. Sentí culpa y angustia, y desesperación, cuando pensé que había matado al licántropo. Y… sentí un enorme alivio cuando descubrí que seguía vivo. Tanto alivio que… quizá podría ser felicidad. No estoy segura – se encogió de hombros. – He pasado tanto tiempo sin sentir nada en absoluto que ahora me cuesta diferenciar estas confusas emociones unas de otras. Todas son igual de desgarradoras.
Medité un segundo sobre todo lo que acaba de decir. Estaba totalmente impactada, así que me llevó más tiempo de lo habitual procesar toda aquella información que había salido de golpe de la boca de mi mejor amiga.
Así que Sam se estaba ¿curando? de su ataraxia. No sabía si esa era la palabra correcta porque, después de todo, se había aferrada a ella con tanta fuerza, utilizándola como su manto protector, que ahora probablemente no sabría qué hacer si la perdía. ¿Cómo podía lidiar con la cantidad de emociones y reacciones sentimentales que una persona normal tenía cuando no tenía la práctica para manejarlas? Aquello podía ser devastador para ella y llevarla a la locura.
-          Creo que algo ha desencadenado que la ataraxia empiece a perder efecto – sugerí.
-          ¿Y qué coño puede ser? – su voz sonó angustiada, tal y como yo suponía.
-          Bueno, es bastante obvio. – Sonreí. – Estoy bastante segura de que es cosa del licántropo y de la forma en que pierdes el control cuando estás con él.
Sam apretó con más fuerza sus piernas y frunció el ceño, considerando la idea con gesto malhumorado.
-          Ese maldito lobo solo me trae problemas – se quejó.
-          Anoche te salvó la vida – le recordé, enarcando ambas cejas.
Hizo un ruidito despectivo y puso los ojos en blanco, aunque ambas sabíamos que yo tenía razón. Una de las dos tenía que representar a la lógica en aquella situación. Sam lo era cuando hablábamos de mi problema con William (bueno, quizá llamarlo problema no se ajustaba a lo que yo sentía), así que yo tendría que serla para ella.
-          ¿Cómo te sientes respecto a esto? Es decir, los sentimientos y eso.
-          Me asusta – confesó en voz baja. – No sé qué hacer con ellos. Son como pequeñas explosiones incontrolables que me dejan fuera de juego. Y, si esto sigue así, acabaré volviéndome débil por su culpa, una llorona sin remedio. No quiero eso. Me gusta ser quién soy.
-          Sigues siendo tú, Sam. Solo que ahora eres una versión más completa, no solo una demo. Solo tienes que aprenderlo a manejarlo.
-          ¿No podría volver a ser todo como antes? – musitó, disgustada.
Negué con la cabeza.
-          El mundo gira. Las cosas cambian. Las personas avanzan. Dale una oportunidad, Sam. Los sentimientos no son tan malos.
Ella levantó la vista al cielo. Las nubes negras que habían ido acercándose se habían condensado sobre nuestras cabezas, cada vez más oscuras, más peligrosas. Un viento helado surgió de entre los árboles, poniéndonos la piel de gallina al pasar junto a nosotras. La lluvia no tardaría mucho en hacer acto de presencia y quizá la acompañarían algunos rayos.
-          No, no lo son. Hasta que te matan.


miércoles, 13 de noviembre de 2013

My last hope is you.

                                                                                                          

18/Noviembre

Annalysse Tyler (Myst)  



Aquella noche no dormí. Pasé cada minuto insomne con los ojos clavados en el techo de aquella habitación desconocida, contando cuántos segundos faltaban para que amaneciera de una puta vez. Podía oír la respiración de William cerca, muy cerca, acostado junto a mí, y no sabía con certeza qué me hacía sentir eso, no sabía nada más allá del dolor que amenazaba con ahogarme. Me había quedado sin lágrimas y ahora solo estaba ese hueco enorme, un vacío donde antes estaba mi corazón, que emanaba frío y desesperación y se propagaba poco a poco. Cada vez que cerraba los ojos, veía a cámara lenta el arma disparándose, la bala atravesando en silencio la habitación, la cara de Sam cuando había mirado el agujero en su pecho. El miedo, tan real como ninguna otra emoción que nunca hubiera visto en su rostro, una réplica del mío propio. Y la sangre, manchando de rojo el habitual negro que se ocultaba tras mis párpados cerrados. El sonido del arma disparándose era un bucle en mis oídos, aunque sabía que ya hacía mucho que el eco real se había extinguido. Pero mi mente seguía replicándolo una y otra vez, torturándome en el pesado silencio de la noche, donde todas las personas normales, todas las personas que no se jugaban la vida en alocadas y aterradores misiones para sobrevivir, dormían.
En cierto momento, en aquella eterna madrugada que no quería acabar, William se removió en sueños y su cuerpo giró hasta chocar con el mío. Apoyó la cabeza en mi brazo y me rodeó con el suyo, atrayéndome hacia su cuerpo. Durante un segundo, estuve a punto de apartarme con cuidado y alejarme, permitiendo que el muro que había creado entre nosotros permaneciera intacto. Pero… era tan cálido. Tan humano. Tan normal en un mundo como el mío, donde parecía que todo estuviera al revés. Era como volver atrás en el tiempo, a los años cuando era una chica que quería estudiar alguna filología para acabar buscando un huequito en el mundo editorial y que ni siquiera se planteaba acabar robando por ahí o interrogando a mafiosos peligrosos. Supongo que eso, esa reminiscencia de quién había sido, fue lo que hizo que acercara mi cuerpo al de William y dejara que mi respiración siguiera el compás tranquilo de la suya, permitiendo, sin darme cuenta, que el muro empezara a agrietarse. Estaba rompiendo tantas reglas… y sin embargo, esa noche, en ese momento en el que temía que mi hermana de armas podía estar muerta, no importaba demasiado trasgredir mis propias reglas, aunque eso me volviera una estúpida. Era tan reconfortante. Por un momento, me dejé llevar por la ilusión de que perdiéndome entre sus brazos, las cosas malas jamás podrían dar conmigo. Que por la mañana no recibiría una llamada desgarradora que me arrebataría lo más importante que tenía: “no he  podido salvarla. Está muerta”.
Así fue cómo me encontré con el amanecer, esperando y deseando al mismo tiempo que el teléfono nunca sonara.
Maldita sea, ¿iban a seguir muriendo todas aquellas personas a las que quería?
William se despertó poco después de que el sol volviera a iluminar nuestra ciudad, dando paso a un nuevo día. Me apartó levemente de mis lúgubres pensamientos, aunque siguieron revoloteando al fondo de mi consciencia, preparados para atacar de nuevo desde que tuvieran ocasión. William restregó su nariz contra mi clavícula sin despertarse del todo, en ese estado semiconsciente en el que el mundo es más bello, en el que las cosas no son del todo reales, pero tampoco del todo producto de nuestra mente. Lentamente, abrió los ojos y me lanzó una mirada soñolienta que me hizo sonreír ligeramente. Tal y como estaba, parecía un niño pequeño desorientado, parpadeando lentamente para tratar de regresar a la realidad, despeinado y con la barba empezando a nacer en sus mejillas.
-          Sigues aquí – murmuró; su voz sonó pastosa por el sueño. – Pensé que cuando abriera los ojos, no estarías. Y que entonces descubriría que todo había sido un bonito sueño.
Negué lentamente con la cabeza. Su voz sonaba más ronca de la habitual. Seguíamos estando muy cerca, su cara a escasos centímetros de la mía, su respiración provocándome escalofríos al impactar sobre mi piel.
-          No tienes tanta imaginación.
Él se rio y se apartó un poco de mí, quedando en su lado de la cama. Al marcharse, se llevó su calor con él y lo eché en falta de inmediato. Vuelve, estuve a punto de pedirle, no dejes de tocarme. Pero me mordí la lengua antes de que las palabras escapasen de mis labios. Pronunciarlas hubiera supuesto acabar de derrumbar por completo la barrera de protección que me mantenía a salvo de él, de su voz, de su mirada cálida, de su consuelo. De acabar enamorándome de él como una tonta, de dejar que se me colara dentro y me volviera un blanco fácil.
Sus dedos me acariciaron con cuidado la cara, siguiendo el contorno de mis ojeras, mientras componía una mueca de preocupación.
-          No has dormida nada, ¿verdad?
Cerré los ojos. De pronto me sentía terriblemente cansada, como si todos los momentos agotadores de las últimas semanas hubieran caído de repente sobre mí, aumentando la gravedad solo en el lugar donde yo estaba, lastrándome hacia el fondo.
-          No he podido. Demasiados malos pensamientos – musité.
Sentí que su mano ascendía lentamente por mi cara, provocándome un cosquilleo sobre la piel de la zona que tocaba, hasta que la enterró en mi pelo. Luego, sentí sus labios contra él. Se desplazó lentamente y depositó otro beso suave en mi frente, y otro más en mi mejilla.
-          Si estuviera muerta, lo sabrías. – Susurró junto a mi oído con voz queda. Me besó suavemente el cuello y después se apartó.
Me giré hacia él y fruncí los labios. Estábamos frente a frente en su cama extra grande.
-          ¿Cómo? ¿Con una intuición mágica? – no pude contener la sorna, pero detrás de ella se escondía la desesperación que me embargaba por dentro por cada segundo que pasaba y no tenía noticias de Sam.
-          No. Porque si hubiera muerto, seguro que te habrían avisado, ¿no? – Miró mi móvil, que estaba sobre la mesilla de noche. – Las malas noticias vuelan mucho más rápido que las buenas, te lo aseguro.
-          Sí. Eso es verdad.
En el silencio que siguió a mis palabras, ambos nos observamos sin mover ni un solo músculo. Los dos pensando en lo que habíamos dicho, y también, en lo que habíamos hecho. En qué coño iba a pasar ahora.
Sabía que él se preguntaba cuánto tardaría yo en salir huyendo convertida en simple humo blanco, algo que él nunca podría detener por mucho que luchara.
Yo también me lo preguntaba.
Pero lo cierto es que no quería irme, porque no sabía de ningún otro lugar en el que refugiarme. Prefería su compañía a la soledad cargada de dolor que había en mi apartamento. Al menos, estando con él, conseguía… distraerme. Aunque al hacerlo estuviera poniendo en riesgo los cimientos de todo lo que había construido durante los últimos cuatro años.
Lentamente, de algún modo, nos acercamos el uno al otro. Era como si ninguno se estuviera moviendo o lo estuviéramos haciendo los dos, la atracción entre nosotros nos juntaba. Enterré la cabeza en su pecho desnudo y suspiré. Él apoyó su mentón sobre mi pelo y me rodeó con los brazos, apretándome contra sí. Pero no había nada sexual en ese momento, a pesar de que los dos estuviéramos desnudos en su cama. Era mucho más profundo que el mero contacto físico en busca de un placer momentáneo. Era más que dos cuerpos satisfaciendo una necesidad básica.
Era una promesa sin necesidad de palabras, el encuentro de mi pánico con su consuelo, la seguridad de un mundo en el que solo estuviéramos nosotros, sin nadie tratando de destruirlo todo, una burbuja privada compuesta por ese instante.
Y, justo en el momento en el que mi última barrera se desplomó, en el que mi corazón quedó desprotegido y al descubierto, el teléfono rompió el silencio con su estruendoso sonido.
Me lancé sobre él, aterrada y aliviada a la vez. El nombre que se leía en la pantalla me encogió el corazón. Descolgué a toda velocidad, a punto de sufrir un infarto.
-          ¿Sam? ¿Sam, eres tú? – Por favor. Por favor, que no esté muerta.
-          ¿Myst? Sí, claro que soy yo. ¿No reconoces mi número?
No pude retener las lágrimas de pura felicidad. Era ella. Sin duda, era Sam, con su voz despreocupada habitual. Una sonrisa enorme se extendió por mi rostro.
-          Por supuesto. Pero pensaba que estabas muerta. – Esta vez las palabras salieron con facilidad. Bromear con Sam era como respirar: sencillo, natural.
-          ¿Por una bala? – profirió una exclamación ofendida. – Por favor. Deberías saber que hace falta mucho más para matarme. Soy como Lobezno, ¿recuerdas?
-          Creo que hay algunas diferencias. – Repliqué, pero me reí. Estaba viva. El pecho estaba a punto de estallarme de las ganas que tenía de gritar de alegría.
-          Claro, yo soy mucho más sexy. Y femenina. Pero no le diría que no a Hugh Jackman – emitió un suspiro dramático.
Volví a reírme, esta vez a carcajadas. Era incorregible, pero nunca, nunca jamás quería que cambiara ni una pizca. Era justo el complemento que necesitaba, la contrapartida a toda la oscuridad que había en mi vida.
Cuando me giré hacia William, vi que me devolvía una sonrisa tan grande como la que yo tenía pegada a la cara. Ahora estaba sentado en la cama, sus ojos brillando de alegría y diciéndome en silencio “¿ves? ¿Ves cómo a veces las cosas sí salen bien?”.
Bueno, quizá ahora tenía más de un punto de luz en mi vida. Porque, estando con William, sentía resurgir dentro de mí un sentimiento que había querido enterrar para siempre, porque podía ser más devastador que ningún otro, aunque era, sin duda, una de las más bellos. Porque podía hacerte volar o destruirte por completo.

Esperanza. 





La entrada no está completa, no he tenido tiempo de terminarla. Espero que no te importe que mi regalo sea solo la primera parte, pero te prometo escribir el resto pronto.
Feliz cumpleaños, Irene. Te diría que te dedico esta entrada, pero en el fondo, te las dedico todas. Sin ti, haría mucho tiempo que habría abandonado esta historia, dejándola en una carpeta olvidada, o directamente la hubiera borrado. Si Myst, Sam, William, Kai, Jack y todos los demás siguen vivos, y si algún día se trasladan a las páginas de un libro (y creo que nada me haría más feliz) es gracias a ti.
Muchas, muchísimas gracias por leer cada capítulo y por decirme que merece la pena seguir subiendo entradas incluso cuando yo misma no lo pienso. Por decirme tu opinión y obligarme a no abandonar cuando me vuelvo demasiado perezosa o me desanimo. 
Hace poco que esta historia, nuestra historia (sí, en cierto modo también es tuya) cumplió un año. Y, con un pelín de suerte, puede que antes del próximo ya haya encontrado su final. Supongo que lo descubriremos juntas.
Cumpleaños feliz (ah, y no te olvides: sobreviviremos).

domingo, 6 de octubre de 2013

Cuando estar cabeza abajo empieza a parecer lo correcto.


18/Noviembre

Samantha Petes (Nox



Había un par de minutos al día en los que casi podía perderme por completo en el mundo de mi subconsciente, no del todo despierta pero tampoco dormida por entero. En esos instantes, flotaba en medio de la nada del mundo, como si todo a mi alrededor fuera agua o estuviera en una zona de gravedad cero, y podía sentirlo todo, sentir la vida despertándose, el movimiento, la vibración del nuevo día que comienza de una forma abstracta e irracional. Durante ese par de minutos dejaba de ser yo para convertirme en parte del mundo, fusionada con todo lo que me rodeaba, latiendo al ritmo que marcaba la vida.
Durante ese par de minutos al día, era tan humana como cualquiera y, al mismo tiempo, una parte más de la naturaleza.
Y luego me despertaba y la realidad me abrumaba, con mi corazón estático y mis sentimientos a bajo volumen. Esa mañana, cuando abrí los ojos, al principio no me di cuenta de la diferencia. Me restregué los ojos y me acurruqué debajo de las sábanas cálidas. Pero cuando me fijé mejor, vi que aquellas sábanas no eran las mías, que aquella cama no olía como la mía y que la habitación en la que me había despertado ni siquiera se parecía a la que tenía en el apartamento que compartía con Myst. En esta, las paredes estaban pintadas de un simple color marrón, con solo un cuadro (un perro corriendo detrás de un frisbee) rompiendo la monotonía unicolor. Había un armario al lado de la única ventana, cuyas persianas estaban corridas, impidiendo entrar a la luz del sol y, por tanto, dejándome incapacitada para determinar qué hora era. En la mesilla de noche junto a mi lado de la cama no había reloj, solo una figura de un lobo aullando.
Un lobo.
Eso fue suficiente recordatorio para mi mente aun soñolienta. De golpe, aparecieron en mi mente las imágenes de la noche pasada, en una rápida sucesión. La misión, el club lleno de humo en el que estaban los tipos malos y nuestro objetivo, sus asquerosas manos sobre mi cuerpo, su horrible aliento a tabaco, su mirada lasciva. Un escalofrío me recorrió al rememorar la sensación de sus labios tocándome y tuve que contenerme para no correr hacia la ducha más cercana para eliminar cualquier rastro que pudiera quedar, por pequeño que fuera.
Aquella noche había tenido que volver a ser la chica que usaba su cuerpo para lograr lo que deseaba, un maldito objeto que todos los hombres deseaban poseer. Como si no fuera una persona, solo un trofeo del que alardear. Pero así es como las chicas guapas se ganan la vida, Samantha. Y nosotras somos mejores que ninguna. Las palabras de mi madre resonaron en mi cabeza con la misma claridad que si acabara de susurrármelas al oído. Recordaba perfectamente el día que me lo dijo, sus labios pintados de rojo, el vestido corto, el escote pronunciado y los tacones. Puedes tener a todos los hombres bailando al son que tocas. Solo tienes que saber usar tus habilidades de súcubo. Así era ella, usando a los demás y haciendo daño solo para satisfacer sus necesidades egoístas. Y en eso me había convertido la noche anterior, pero, al menos, yo lo había hecho por salvar la vida de aquella pobre chica…
¿Lo habíamos conseguido? Joder, me habían disparado. El recuerdo del dolor me hizo estremecerme, casi hasta volver a sentir la bala atravesándome de nuevo, dejando un agujero en mi pecho. Tanta sangre, tan caliente, empapándolo todo… ¿Por qué no estaba muerta?
El lobo…
Me levanté de golpe, quedando sentada en aquella enorme cama desconocida.
Contuve un gemido cuando la memoria acabó de llegar y mi desorientación se extinguió como un fuego apagado. Myst me había llevado a su piso, sin duda, sabiendo que podía curarme si me alimentaba y que él estaría más que dispuesto. Y dios, cómo me había tocado. Aun sentía sus dedos sobre mi piel, acariciando, explorando, perdiéndose por todas partes. Me había incendiado por dentro y me había alimentado mientras yo me aferraba a su espalda, con las garras clavadas en su carne para que no se marchara jamás. El súcubo se había dado un festín… hasta que me había curado por completo, y luego había dormido como si estuviera en coma, hasta ese momento.
Pero, ¿qué había pasado con el lobo?
Me giré lentamente, en parte temiendo lo que podía encontrarme. Allí estaba, al otro lado de la cama, su enorme cuerpo desnudo tapado con la sábana. Pero estaba… tan quieto. Demasiado quieto. El pánico nació a la altura de mi estómago y se extendió rápidamente a todas partes, hasta que no sentía nada más que el enorme miedo que me embargaba por completo.
Coloqué la mano sobre su espalda, esperando que se moviera al sentirme, pero no reaccionó. Siguió completamente quieto. Como… si estuviera muerto.
Un sollozo escapó de mis labios entreabiertos. No, otra vez no. Esta vez no, supliqué, aunque ni siquiera sabía si alguien podía escuchar mis plegarias silenciosas.
No era posible, ¿verdad? Pero… yo tenía tanta hambre la noche anterior… Y me había alimentado de parte de su energía vital apenas un par de días antes, por lo cual él tenía menos fuerza de lo normal, así que… quizá sí… quizá yo lo había matado de verdad.
Me abracé a mí misma, mientras otra emoción me embargaba. Aun andaba falta de práctica en el campo de los sentimientos, pues llevaba demasiado tiempo flotando en la nada absoluta de la insensibilidad, por lo que tardé un poco en reconocer qué era lo que me nublaba la vista y me hacía sentir la persona más miserable del mundo. La enorme culpa de haber sido la causante de la muerte de la única persona que había estado dispuesta a quererme, aparte de mi difunta abuela y de mi compañera de piso. Sí, probablemente lo que quiera que Kai había sentido por mí se basaba más en su parte animal que en la razón, pero… había sido la primera vez que casi había creído que podía ser normal desde que era niña. Una vida normal, alguien con quien dormir más de una noche, alguien que conociera tus secretos y no le importase, que no pensara que yo era un monstruo simplemente por haber nacido siendo diferente. Y lo había matado. Me había alimentado de su vida hasta tragármela entera y dejar a su corazón sin fuerza suficiente para seguir latiendo.
En realidad, sí era un monstruo. Parecía incapaz de dejar de hacer daño a la gente que me rodeaba, una y otra vez. Al fin y al cabo, por mucho que hubiera huido de mi pasado, era exactamente igual que mi madre: un súcubo hambriento dispuesto a cualquier cosa para saciar sus ansias. Otro cuerpo más que se sumaba a la lista de víctimas a mi paso, un hombre más que había caído en la trampa de una cara bonita y un cuerpo atrayente que era más bien un arma de matar.
La culpa se mezcló con un nuevo sentimiento, algo tan desgarrador que apenas podía mantenerme entera. No sabía darle nombre a emoción, pero estaba segura de que si seguía sintiéndola mucho más tiempo, me mataría, porque me comprimía el corazón y los pulmones, creaba un nudo en mi garganta y sentía ganas de gritar hasta desgarrarme la garganta, solo para aliviar parte de todo aquel sufrimiento. Era una especie de… desolación, desesperación, pena. Una mezcla de todas ellas que me dejaba al borde de la auto-destrucción.
Algo húmedo apareció mi mejilla derecha y corrió por ella, dejando un reguero mojado a su paso. Me toqué la cara con cuidado, buscando el origen de la humedad. Quizá estuviera sangrando por alguna herida y no me diera cuenta, porque el dolor que me embargaba por dentro enmudecía cualquier otro. Pero no, no había ninguna herida, y sin embargó otra vez una de aquellas gotas surgió de la nada. Levanté la vista al techo y las lágrimas emborronaron la visión al acumularse en mis ojos.
Entonces me di cuenta. Estaba llorando.
Parpadeé varias veces, dejando libres las lágrimas que se habían acumulado en las comisuras de mis ojos. Realmente estaba llorando. No lo había hecho ni una sola vez desde la muerte de mi abuela, cuando tenía… seis años. Llevaba sin derramar ni una lágrima desde hacía dieciséis años, tanto tiempo que ya ni siquiera recordaba cómo era. La humedad en los ojos, la tristeza en cada parpadeo, el mundo que se desmorona y tú que no puedes hacer nada para evitarlo. La soledad, la enorme soledad que te deja sin aliento al darte cuenta de que esa persona te ha abandonado para siempre. Y justo ese día, dieciséis años atrás, siendo solo una niña asustada al lado de la cama donde antes estaba su abuela y que ahora estaba vacía, me había jurado a mí misma que sería fuerte, más fuerte que nadie, que conseguiría sobrevivir pasara lo que pasase. Saldría adelante, porque se lo había prometido a la abuela. Y no sería como mamá, porque la abuela no quería eso. No volvería a sentir tanto dolor nunca más, aunque para ello tuviera que dejar de sentir para siempre. Siendo una niña, había pensado que  eso era fácil, pero ¿acaso no es todo fácil para los niños? Así había nacido la ataraxia, con las últimas lágrimas que me había permitido derramar.
Y ahora, años después, habían sido de nuevo las lágrimas las que la borraban. Poco a poco los límites se desvanecían y los sentimientos se agolpaban dentro de mí, tantos que apenas podía soportarlos todos al mismo tiempo.
¿En qué me había convertido? ¿Realmente era fuerte? Sí, era capaz de matar, de dominar a un hombre con la mente y fingir tan bien como cualquier actriz de Hollywood que nada me importaba, pero por dentro seguía siendo una niña asustada que solo buscaba que alguien la quisiera, porque su madre la había dejado sola en una casa demasiado grande. Pero seguramente eso era lo que me merecía, porque los monstruos no merecían la felicidad.
Lo había matado. Me había convertido en todo cuánto odiaba, en cada calada de cigarro, en su fría sonrisa de desprecio, en sus “apártate, niña”. Tantos años huyendo para que el pasado acabara dando conmigo en una cama desconocida, justo cuando me había permitido albergar de nuevo una pequeña chispa de esperanza.
Su mano cálida sobre mi brazo, directamente en mi piel desnuda, me sobresaltó hasta casi matarme del susto. Al principio pensé que era alguna otra pesadilla que venía a buscarme, solo para hacerme más daño, pero cuando abrí los ojos, descubrí los ojos azul añil de Kai observándome con preocupación.
-          ¿Va todo bien? – su voz sonaba dulce y ligeramente ronca, porque estaba claro que se acababa de despertar. Tenía el pelo revuelto y parecía terriblemente cansado, como si llevara una semana sin dormir.
-          Estás… - me atraganté con mis palabras, mis emociones y la enorme avalancha que había estado a punto de aplastarme. – Estás vivo.
Él sonrió, curvando la comisura derecha ligeramente hacia arriba.
-          Sí, bueno. Tú también.
Intenté decir algo más, pero las frases no sonaban coherentes ni en mi propia cabeza y boqueaba como un pececillo al que habían dejado demasiado tiempo fuera del agua. Al final, incapaz de expresar con palabras el alivio y la felicidad, decidí que era mejor no decir nada.
Me lancé sobre él, haciéndolo caer sobre el colchón conmigo encima y le besé con toda la fuerza de las emociones que él había despertado dentro de mí, tanto para bien como para mal. Nunca me había sentido tan viva, ni siquiera la mitad de viva, de lo que me sentía en ese momento, con las lágrimas aun en mis ojos y sus labios bajo los míos, besándonos como si el mundo fuera a acabarse de un momento a otro y a nosotros no nos importase.
Él hizo un sonido estrangulado sin apartarse de mí, algo sorprendente parecido a una risa, y me devolvió el beso con la misma pasión que me estaba quemando a mí de dentro a afuera. Sus dedos empezaron a recorrer mi espalda produciéndome un placer desgarrador. Por una vez, estaba con un hombre en una cama y no había entre él y yo nada más que eso, no mi necesidad biológica de alimentarme ni el hechizo en el que ellos se sumían casi de forma voluntaria.
Cuando me aparté, podría haber pasado un minuto o un día. Él estaba mirándome como si no pudiera imaginar algo más hermoso que mi rostro, lo que me hizo devolverle la sonrisa, a pesar de que aún quedaba un rastro de lágrimas en mi rostro. Me acarició la cara lentamente, limpiándomelas.
-          No has contestado a mi primera pregunta.
Intenté concentrarme lo suficiente para recordarla, aunque era difícil estando tan cerca el uno del otro y teniendo sus manos sobre mí. Saber que estaba vivo había estado a punto de hacerme explotar de euforia.
-          Estás vivo, así que sí, estoy bien.
-          Es demasiado temprano para una respuesta tan rara – replicó él, presionando suavemente sus labios contra mi mentón.
-          Yo… pensé que te había matado. – La voz se me quebró. – Creí que me había alimentado demasiado y que no habías sobrevivido y… eso me estaba matando, saber que había sido yo la responsable de tu muerte.
Él negó con la cabeza lentamente y chasqueó la lengua con desaprobación.
-          Sam, creo recordar que te prometí que no me moriría. Deberías confiar más en mí.
-          Bueno – me reí – no es como si fuera algo que tú pudieras controlar, ¿no crees?
-          Te aseguro que no hay nada que me hiciera dejarte sola.
Sentí cómo sus palabras me abrumaban de nuevo. Parecía tan seguro, tan irrevocable, y sin embargo, apenas hacía un par de semanas que nos habíamos conocido. ¿No íbamos demasiado rápido? Me veía a mí misma como un tren sin control, cada vez más rápido, próximo a descarrilar. Aquella parte de mi vida era algo que escapaba de mi entendimiento. Nunca nadie se había enamorado de mí, ni siquiera había albergado ningún otro sentimiento que no fuera lujuria o encaprichamiento. Y yo jamás había sentido por un hombre nada más que el deseo de alimentarme.
Pero ahora Kai se metía de pronto en mi vida y alteraba todos los parámetros de golpe. ¿Cómo era posible que todo pareciera estar al revés y al derecho al mismo tiempo? Necesitaba pensar. Necesitaba inspirar hondo sin contaminarme de su delicioso aroma, porque ahora mismo solo podía pensar en lo bien que me sentiría besándolo de nuevo, en el momento en que nuestros cuerpos se convirtieran en uno…
Demasiado rápido.
Necesitaba hablar con Myst.
¡Myst! ¿Estaba ella bien? No recordaba que hubiera sufrido ninguna herida, pero quizá me daba por muerta. Mis nuevas y cambiantes emociones volvieron a bullir. Me separé de Kai, casi en contra mi voluntad, y me acerqué al borde de la cama, buscando con la mirada mi ropa, desperdigada por la habitación.
-          ¿A dónde vas? – la voz de Kai sonó amarga a mi espalda.
-          Tengo que encontrar a Myst. – Expliqué mientras empezaba a vestirme.
-          Ah, sí. Deberías decirle que sigues viva, porque anoche ella parecía tan hecha polvo como tú. Debe quererte mucho.
-          Tanto como yo ella – afirmé con rotundidad.
En la búsqueda y captura de mis tacones, Kai me agarró del brazo y me hizo volverme hacia él. Estaba increíblemente atractivo tumbado sobre la cama, con la sábana enrollada entre las piernas y la mirada soñolienta, con esa sonrisa pícara.
-          ¿Me dejarás volver a verte pronto? – pidió, y capté la nota de desesperación que se escondía detrás de la aparente indiferencia.
Me debatí un segundo conmigo misma, pero al final no pude resistirme y me incliné para darle un beso de nuevo. El contacto fue breve, pero eso no disminuyó la profundidad de nuestra conexión. Había algo más entre nosotros, más intenso que simplemente la pasión entre dos personas que son físicamente compatibles. Mi bestia reaccionaba ante la suya. Él respondía a todos mis instintos naturales, me llamaba con más potencia que un grito en medio de la noche, que una tempestad en el mar. Era magnético, porque lo que existía entre nosotros estaba bajo nuestra piel, era lo que éramos más allá de todo racionamiento. El lobo era capaz de mirar al súcubo a los ojos y enseñarle los dientes, y eso me encantaba. Y a él también. Nos enloquecíamos mutuamente, porque su monstruo era una réplica exacta del que vivía dentro de mí.
-          Me lo pensaré – susurré contra sus labios.

Me marché del apartamento antes de que el súcubo tuviera tiempo de ganar la batalla y me hiciera perder el control. Me largué de allí con mi vestido de noche demasiado corto (y manchado de sangre, aunque, al ser negro, no se notaba) y los tacones de aguja que pronto se convertirían en un martirio para mis pies. Antes de salir de la habitación, lo último que vi fue la sonrisa de satisfacción de Kai antes de volver a cerrar los ojos y seguir durmiendo, recuperándose de nuestro último combate… hasta el momento.

sábado, 28 de septiembre de 2013

Mitigar la soledad a base de sentirte a ti.

17/Noviembre

William Woods 



El mundo se tambaleaba ligeramente mientras caminaba, señal inequívoca de que había bebido un poco más de la cuenta. Aquella noche había decidido que ya estaba harto de quedarme encerrado entre las cuatro paredes mi piso, esperando que ella apareciera como por arte de magia en mi vida, una llamada, un mensaje o su sonrisa delante de mi puerta. Pero habían pasado cuatro largos días desde nuestro beso y seguía sin tener ni idea de dónde estaba o qué pensaba acerca de lo que había pasado entre nosotros. No sabía si quería seguir o mandarlo todo a la mierda y eso en cierto modo me asustaba, porque cada vez que estaba cerca de Myst yo sabía con certeza que quería continuar con lo que fuera que estábamos compartiendo, aunque eso no llevase cuesta abajo y sin frenos hasta el fin del mundo.
Y cuando el reloj había marcado aquella tarde las nueve y ella aún no daba señales de vida, decidí coger las llaves, todo el dinero que pudiera reunir y emborracharme hasta que la línea entre la realidad y los sueños se difuminara ligeramente, el punto exacto donde olvidar que mi carrera estaba estancada, con tendencia a empeorar, porque el psicólogo no consideraba que ya estuviera lo suficiente recuperado para volver al trabajo. Y que la chica por la que había dejado todo eso atrás, la chica que me había arruinado y al mismo tiempo salvado de la monotonía de una vida tediosa, huía de mí cada vez que me permitía avanzar un paso hacia ella. Era como jugar al ratón, siempre persiguiéndola sin ser capaz de atraparla, porque ella tenía una capacidad especialmente buena para escapar de mí. Al fin y al cabo, nada podía detener al humo que se deshace entre tus dedos, a la nada no sólida ni líquida en la que se transformaba.
La única forma de estar con ella era que la propia Myst decidiera que eso era lo que quería y no sintiera la necesidad de salir corriendo cuando la mirara, la tocara o la besara, pero estaba tan rota que no podía estar seguro de si ese momento llegaría algún día. No sabía que había pasado en su vida antes de conocerla, pero estaba seguro de que cosas terribles le habían tenido que suceder para que llegara a ser como era ahora: escondida tras su muralla de cristal, manteniendo a cualquier persona que no fuera su compañera de piso y de armas alejada, portando una máscara inhumana a donde quiera que fuera. A veces, estando junto a ella y viendo la inmensa tristeza y desesperación que asomaban a sus pupilas de vez en cuando, podía contener a duras penas el impulso de abrazarla, de sostenerla muy, muy fuerte entre mis brazos y prometerle que todo iría bien, que todo mejoraría tarde o temprano. Que la esperanza nunca debe perderse. Que lograría recomponerse.
Pero nunca lo hacía. Porque estaba seguro de que muchos antes le habían hecho las mismas promesas, la habían estrechado en sus brazos, la habían mirado a los ojos y le habían mentido. Ella jamás me creería si le dijera tal cosa y probablemente eso sería lo más acertado, porque, al fin y al cabo, yo no tenía modo alguno de cumplir esas promesas, sino a base de fuerza de voluntad, y eso no  bastaba. No tenía una superhabilidad supra que me permitiera cuidar de ella y asegurarme que nadie volviera a hacerle de nuevo tantísimo daño.
La verdad es que beberve tampoco me había ayudado lo más mínimo. Solo me había gastado quince dólares en whisky barato y cerveza para mirar hacia la pared de madera y pensar en lo mismo que me llevaba planteando desde que la conocí en la comisaría. Cuánto había cambiado todo desde el momento en el que la vi, con la sudadera que le quedaba demasiado grande, la sangre manchando su piel, tan pálida que podías seguir con los dedos el trazado de sus venas, y sus enormes ojos llenos de miedo.
Cómo la había odiado aquel primer día, cuando se rio de mí, me clavó las uñas en el brazo y me confesó su crimen antes de largarse impune de allí. Y había jurado vengarme por encima de todo lo demás, aunque se me fuera la vida en ello.
Y ahora el mundo había dado una vuelta de 180 grados y yo estaba boca abajo tratando de encontrarle sentido.
Con un suspiro, saqué las llaves del bolsillo y conseguí meterlas en la cerradura a la primera.
A pesar de que en la absoluta oscuridad de mi piso no podía distinguir nada, ni siquiera las siluetas de los muebles que sabía que estaban allí, supe de inmediato que algo no estaba bien, que sucedía algo fuera de lo normal. Era mi instinto de policía que entraba en acción, pues no en pocas ocasiones había tenido que agudizarlo para tener una ligera idea de qué me esperaba detrás de una puerta cerrada: pistolas, bombas, asesinos.
Me llevé la mano al sitio donde solía llevar la pistola cuando aun formaba parte del cuerpo de policía oficialmente, pero esta vez solo encontré el hueco vacío en el que no estaba mi cartuchera, mientras con la otra mano accionaba el interruptor de la luz.
En el salón que se encontraba ante mis ojos, rodeada de mis cosas familiares, tales como la televisión que tenía algunos años de más, las fotografías de mis padres, una gorra de mi equipo de fútbol preferido y el resto de todo lo que había acumulado como objetos decorativos desde que me había mudado al piso dos años atrás, se encontraba Myst. Estaba sentada en la vieja butaca que había sido la favorita de mi padre y que él me había regalado cuando me independicé, un recuerdo de mi hogar. Tenía las piernas dobladas, pegadas al pecho y las rodeaba con los brazos, adoptando una posición semi-fetal, solo que apoyaba la barbilla sobre las rodillas en lugar de esconderla tras ellas. Nunca la había visto así. Tenía los ojos rojos de llorar, el pelo enredado le caía suelto por la espalda y los hombros, y el maquillaje se le había corrido en forma de lágrimas negras sobre las mejillas. Parecía tan perdida como la primera vez que la vi, solo que ahora no fingía, como denotaba la forma en la que le temblaban ligeramente los labios y lo blanco que tenía los nudillos de apretar los puños.
Levantó la cabeza hacía mí cuando la luz la cegó por un instante y parpadeó lentamente, como si ella fuera la sorprendida de que yo apareciera por allí, cuando en realidad debía ser yo el que lo estuviera.
Olvidando todo lo demás, me acerqué corriendo hacia ella y me acuclillé delante del sofá. Solo entonces me di cuenta de que sobre su piel había manchas rojas… y sobre su ropa y su pelo. Sangre, sangre por todas partes. El pánico me invadió hasta dejarme casi sin respiración. Ella parecía incapaz de decir una sola palabra, con sus ojos abiertos de par en par en pleno shock.
-          Myst – la llamé. Coloqué mis manos sobre sus mejillas, que estaban gélidas al tacto, como si su piel hubiera perdido todo el calor. – Myst, ¿estás herida? – Ninguna respuesta, ni un solo movimiento. Me recorrió un escalofrío al darme cuenta de lo similar que era eso a nuestro primer encuentro. – Respóndeme, por favor – mi voz se quebró de preocupación.
Muy lentamente, postergando mi sufrimiento, ella negó con la cabeza lentamente. Inspiró y me miró, y en sus ojos vi toda la agonía que ya sabía que estaba sintiendo.
-          No… no sabía a donde ir. No quería estar sola, William. No esta noche. No sabía a donde ir – repitió. Comenzó a tiritar ligeramente contra mis manos. Sin pararme a pensarlo ni por un segundo, la rodeé con los brazos y la estreché contra mí, en un intento de transmitirle la fuerza y energía que parecían haberse evaporado de ella.
Nos quedamos así por un instante que se dilató hasta que no supe cuánto llevábamos unidos, con mis brazos sosteniéndola para evitar que su mundo la derrumbase. Y entonces, sus pequeñas manos se aferraron a la parte baja de la chaqueta que no me había dado tiempo a quitarme cuando entré, y sumergió su rostro en el hueco de mi cuello. Sentí la humedad cálida de sus lágrimas al colarse por debajo de mi ropa e impactar con mi piel. Su cuerpo temblaba con cada sollozo contenido, apenas musitado contra mi hombro. Yo no dejaba de susurrar palabras, todas ellas incoherentes, frases sin sentido que ella no escuchaba, pero que yo no cesaba de pronunciar porque sabía que, a veces, solo con oír la voz de otro ser humano era suficiente para aliviar parte del dolor que nos asolaba.
En ese momento, por encima de cualquier otro, incluso de la noche en el columpio, me di cuenta de lo sola que estaba Myst en realidad.
No sabía a donde ir. No quería estar sola. Había dicho ella. ¿Cómo de sola podía estar una persona cuando su única opción era la persona que llevaba más de dos semanas evitando? ¿Cómo de desesperada por tener alguien que la consolara que había acabada colándose en mi casa y esperándome en la oscuridad, con toda la angustia que apenas podía soportar?
La apreté con más fuerza y besé con suavidad sus cabellos enredados.
Cuando al fin desahogó todas sus lágrimas, la solté y ella se quedó ahí, sentada, perdida.
-          ¿Qué ha pasado? – me atreví a preguntar mientras le acariciaba con delicadeza la cara.
Después de una pausa que se me hizo eterna, Myst bajó la vista al suelo.
-          Hoy… Sam… y yo…  - se le atragantaron las palabras y los ojos volvieron a ponérsele acuosos. – Le han… disparado a Sam…
-          ¿Qué?
-          Una bala en el pecho. Le ha atravesado el esternón. Y tengo tanto miedo, William. No puede morirse, ella no. Es todo lo que me queda, la única familia que no me ha abandonado aún – su voz temblaba cada vez más hasta que ya no pudo seguir hablando.
Agarré sus manos y ella me miró, el terror reflejado en todos sus gestos.
-          Sobrevivirá.
-          ¿Cómo lo sabes? ¿¡Cómo?! – sus ojos brillaron, llenos de una furia repentina que revelaba lo harta que estaba Myst de promesas falsas, de mentiras, de la vida, tan puta y cruel como siempre.
-          Porque dudo mucho que Sam te abandonara. Creo que esa chica hará lo imposible por seguir aquí y cuidar de ti. Y porque si tú de verdad creyeras que va a morirse, no estarías ahora mismo aquí, conmigo, si no con ella. De algún modo, en el fondo, sabes que va a sobrevivir. – Enarqué ambas cejas, retándola a negar ese razonamiento. Ella levantó la barbilla, su orgullo habitual volviendo a su lugar, y apretó los labios.
-          ¿Y qué pasa si solo soy una estúpida? – Escondió el rostro en las manos y gimió. - ¿Qué he hecho, dios mío? La he dejado sola con ese lobo. Realmente soy estúpida.
-          Vale, ahora sí que me he perdido – puntualicé. ¿Qué tenía que ver un lobo en esto? Cada vez que Myst hablaba me descolocaba más y más y precisamente esta noche parecía haber buscado las frases más confusas para dejarme en un estado permanente de duda.
Sacudió la cabeza y bajó las manos. Parte de la sangre que había en su rostro quedó impregnada en sus palmas, tornando estas más rojas que antes.
-          Nada, olvídalo. – Desvió la vista de mi rostro para evitar responder a las preguntas que afloraban en él.
Por esta noche, decidí que fuera ella la que eligiera, libremente, qué contarme, qué explicaciones darme de todo lo que pasaba. Y si solo quería quedar ahí, sentada en mi sofá y llorar mientras utilizaba mi cuerpo como soporte mediante el que anclarse al mundo real, que así fuera. Había pasado cada segundo desde que la conocí tratando de encontrar respuestas y solo había conseguido más y más preguntas, pero había llegado a un punto en que todas esas dudas eran parte del misterio que rodeaba a Myst y que me atraía sin remedio. Quería conocer todos sus secretos, sus recovecos, el pasado y el futuro, pero quería hacerlo poco a poco, desenvolviendo cada historia de una en una, no con la avidez con la que había tratado de extraerle la información antes.
Probablemente fue en ese momento cuando descarté por completo la idea de mi venganza a cualquier nivel. Desde hacía tiempo, desde que la química primitiva que existía entre nosotros había mutado hasta convertirse en esa extraña conexión que me impelía a estar con ella, había ido olvidando poco a poco mi propósito inicial, pero en ese preciso momento, toda idea de vengarme por lo que me había hecho desapareció para siempre. Ahora tenía claro que jamás podría hacerle eso a ella, porque no lo merecía, por mucho daño que me hubiera hecho.
Hundí mis dedos en el cabello de Myst. Normalmente soy ser liso, pero esa noche estaba tan enredado que parecía rizado.
-          ¿Qué te has hecho en el pelo? ¿Es una nueva moda o algo así? – le pregunté con sorna.
Sus labios se curvaron un poco hacia arriba, lo que aligero el peso que me aplastaba el corazón por verla tan disgustada. Pero la alegría no llegó del todo a sus ojos.
-          No. Ha sido la maldita peluca – señaló un montón de pelo rubio que estaba tirado en el suelo a su lado. – Odio ponerme peluca.
-          Creo que prefiero no saber qué has estado haciendo esta noche – admití, negando con la cabeza. Un disparo, cantidades industriales de sangre, ropa provocativa, maquillaje y una peluca. Un conjunto del que no podía salir nada bueno.
Apoyó su frente en mi hombro y suspiró.
-          Ni siquiera a mí me gusta saber qué he estado haciendo esta noche – replicó; su voz de repente sonaba terriblemente cansada. Una persona que solo hubiera visto la profundidad de sus ojos azules y oído su voz habría pensado que Myst era mucho de los veintipocos años que en realidad tenía. A pesar de que aún conservaba físicamente incluso un toque adolescente, muy juvenil, estaba claro que los sucesos de su vida la habían hecho madurar mucho más deprisa de lo que lo había hecho su cuerpo.
De repente, Myst levantó los ojos y los clavó en los míos. Justo en ese instante, me di cuenta de lo cerca que ella estaba de mí alrededor, sus labios tan solo a unos centímetros de mi rostro, su aliento calentándome el cuello, su pelo haciéndome cosquillas allí donde chocaba con mi piel. Su olor me envolvía por completo, el regusto óxido de la sangre mezclado con su aroma femenino natural.
De algún modo, a pesar de todo lo que estaba pasando en nuestras vidas en ese instante, la química resurgió. A pesar de que a Sam le hubiera atravesado el pecho una bala, de que ella llevara ropa de prostituta, de que yo siguiera sin trabajo por su culpa y de que se hubiera colado en mi piso (un tercero) en mitad de la noche. Pero todo se evaporó como si en el mundo solo estuviéramos ella y yo y el resto, las cosas horribles del día a día, los problemas, las preocupaciones, todo hubiera desaparecido sin más.
Ella se humedeció los labios sin despegar su mirada de la mía y yo me tensé, porque sabía dónde acabaríamos si seguía por ese camino. Pero antes de que tuviera tiempo de alejarme, ella me agarró por los bordes de la chaqueta y me atrajo hacia su cuerpo.
El beso era mejor de lo que recordaba. Sus labios se amoldaban a los míos perfectamente, tan suaves. Desde que su boca hizo contacto con la mía, olvidé todas las objeciones a ese beso, olvidé hasta mi nombre, porque nada importaba, solo la forma en la que Myst me apretaba contra ella, sus ojos cerrados (sus pestañas me acariciaban las mejillas) y el gemido agudo que dejó escapar cuando la agarré por la cintura.
Sus lágrimas saladas se mezclaron con el sabor de sus labios cuando llegaron hasta nuestras bocas. Me separé de ella de golpe. Me miraba con los ojos abiertos de par en par, sus mejillas surcadas de nuevo por las lágrimas, su respiración jadeante, igual que la mía. Parecía indefensa, pero sabía que solo era una apariencia. En realidad, era un verdadero peligro, sobre todo para mi salud. Estaba seguro de que si seguía por ese camino, acabaría completamente loco. Y parte de mí estaba deseándolo.
-          Myst, no – susurré. Quería estar con ella, no había nada que quisiera más en el mundo que eso, pero no podía hacerlo cuando ella parecía estar descomponiéndose poco a poco antes mis ojos, perdiéndose a sí misma. No podía hacerlo si era solo una herramienta con la que luego castigarse para sentirse peor.
-          Por favor – musitó ella con un hilo de voz. Cerró los ojos un segundo y más lágrimas se escurrieron por su cara. – Lo necesito.
-          No así, no quiero que sea así entre nosotros.
Ella se dejó caer de rodillas frente a mí, recuperando nuestra diferencia de estatura habitual. Levantó la cabeza para trabar su mirada con la mía.
-          Soy como un huracán, ¿sabes? Destruyo todo a mi paso. Y Sam… ella es lo único que me queda, ¿entiendes? He perdido a mi familia y hace tiempo que no tengo más amigos que ella. Y hoy he estado a punto de perderla. Quizá ahora mismo esté muerta y yo ni siquiera lo sepa. – Su voz se quebró al decirlo. - Me siento tan sola, William. – Levantó la mano para depositarla sobre mi mejilla, donde sus dedos rozaron la barba que no me había afeitado en dos días. – Y ahora mismo, sobre ninguna otra cosa, te necesito a ti. Necesito que me beses por todas partes y sentir tu piel contra la mía para hacerme sentir que, por una vez, no estoy destruyendo algo que quiero. Que, aunque solo sea esta noche, no estoy sola.
Entendía con claridad lo que Myst me estaba pidiendo. Ella quería que la ayudase a olvidar que su compañera de piso, su mejor amiga, se estaba muriendo, recurriendo para ello a una forma que le permitiera escapar por completo de la realidad, que la envolviese totalmente y la alejara del mundo. Solo quería huir del dolor y me necesitaba para ello, porque no sabía cómo hacerlo sola, no podía hacerlo sola, ni quería.
Sentí que parte de mí se rompía por su petición. El sexo no era la parte que me estaba pidiendo realmente. Lo que ella necesitaba más que nada era sentir la conexión con otra persona, algo que aliviara el vacío de su alma.
Sabía cómo se sentía, porque yo también lo había experimentado alguna que otra vez. Pero, al menos, yo tenía a mis padres, a mi compañero en el trabajo, a los chicos con los que quedaba de vez en cuando para tomarnos unas copas y despotricar sobre las mujeres y sobre el fútbol. Ella solo tenía a Sam y esa noche podía ser la última.
Así que, a cambio, me tendría a mí.
Coloqué ambas manos en su nuca, con su pelo entrelazándose entre mis dedos, y la atraje hacia mí. Paladeé la desesperación en sus labios, el deseo puro de estar más cerca el uno del otro que explotaba entre nosotros, la tensión que crecía y crecía a medida que nuestros cuerpos colisionaban.
Sus manos se habían anclado en mis hombros, apretándome contra ella. Lentamente, se recostó en el suelo, obligándome a bajar con ella.
-          ¿Aquí? – apenas pude pronunciar, aun sin despegarme de sus labios.

Ella me respondió con su simple asentimiento, llevada por la necesidad de estar juntos lo antes posible, como fuera, donde fuera. Justo la misma necesidad que yo sentía crecer y crecer, hasta devastarlo todo a su paso.